miércoles, 23 de septiembre de 2015

¿DONDE ESTÁN NUESTROS MUERTOS?....

p. Máximo Beltrán

Hablar de los cementerios en Chillán, es un verdadero misterio, ¿Dónde están nuestros muertos?, la pregunta a modo también de grito y de sentencia, responde; en los caminos, en los campos, en los llanos de las batallas, en los conventos, en los cementerios privados y en los cementerios parroquiales. Nuestros muertos habitan en la memoria cuando miramos más allá del dato duro de la genealogía.

Los espacios de muerte de esta cuatro veces centenaria ciudad, nos hablade la diversidad de creencias y ritos, de la hegemonía del credo católico, de nuestra historia patria y de cómo la separación de la Iglesia y el Estado deja su impronta también en provincia. La interrogante sobre la existencia de estos espacios de la muerte provocan en el relato escrito una sensación de vacío que la memoria trata de unir, no es casual que el libro “Chillán: las artes y los días” del Archivo Histórico de Concepción, dedique a través de sus autores, unos párrafos a modo de registro de los espacios de la muerte (1).

Chillán y sus fundaciones no nos habla de los sitios de inhumación, los profesores de historia nunca nos dijeron que nuestros ancestros eran sepultados en los terrenos de las iglesias y conventos, hermanando la religiosidad desde el nacimiento hasta la muerte. ¿Y los ateos? ¿Los de otras religiones? Desde el periodo de Conquista y Colonización, hasta la Independencia (1540 -1818) las fronteras siempre fueron celosamente cuidadas de los “herejes”(2). Por lo tanto, durante casi 300 años hubo una sola religión, después con las fronteras abiertas al mundo (1818) y una sociedad política llana al crecimiento, pluralismo y tolerancia llegaron los inmigrantes ingleses y alemanes que trajeron a estas latitudes otras cosmovisiones. El protestantismo y el laicismo dieron las bases de la separación de la Iglesia y el Estado, así el espacio sagrado ingresa a un proceso de secularización que dio paso a la ley de los cementerios laicos (3)durante el gobierno del presidente Domingo Santa María.

Estas leyes, en particular la de los cementerios laicos (1883), se enmarca en un Chile más ilustrado, enriquecido por una inmigración diversa que aportó cultura, dinamismo y progreso en una tierra de trescientos años hegemónicamente de la Iglesia Católica. Fueron estos mismos inmigrantes, los padres de las primera Iglesia Presbiteriana (1869)(4) y de la Logia L’Etoile du Pacifique (1850)(5); en estos espacios se fue fraguando la libertad de conciencia y los primeros atisbos de un país laico, huelga decir que laicismo no es el culto al ateísmo, como profana y gentilmente se podría entender, sino el espacio donde puedan convivir de manera libre todos los pensamientos en un marco de respeto y de un estado sin dogmas.

Anteriormente a la Ley de Cementerios, las iglesias fundacionales y los conventos eran los espacios donde se enterraban a los muertos a eso debemos agregar los históricos cementerios públicos que en algunas ciudades del país existían, como Santiago y Concepción.La inhumación en los espacios de los templos católicos, que hasta bien entrado en s. XIX seguía practicándose, llevó a que los adelantados de la época cuestionasen dichas costumbres, que rayaban en el colonialismo higiénicamente inaceptable (6).

El historiador Diego Barros Aranacuestionó desde su trinchera esta prácticacomo buen representante del liberalismo, que en sus premisasvalorizaba de manera positiva la libertad de la personalidad individual, la libertad de conciencia por sobre el fundamentalismo y el dogma que nos llegaba como atadura inalienable a través de nuestra historia (7). Convencido de la lucha contra aquellas instituciones, costumbres, valores o creencias que de algún modo limitaban el ejercicio y disfrute de esa libertad.

El emplazamiento de Chillán Nuevo (1836-1842), después del terremoto de 1835, hizo que las autoridades replantearan los espacios de inhumación, y la costumbre de sepultar en los conventos y iglesias fuera ya en desuso, aunque se tiene en la memoria que todavía a finales del s. XIX algunas familias principales eran sepultadas en la parroquia de la ciudad, claro es el testimonio que relata la destrucción de la catedral para el terremoto de 1939 y el descubrimiento de fosas en su subsuelo, lo que nos da una muestra fotográfica de esta antigua costumbre.

La segunda mitad del s. XIXChillán recibía inmigrantes que trajeron su trabajo, idioma y religiosidad diversa, al igual que en otras ciudades como Valparaíso, ellos crearon su propio cementerio donde se acogió a los inmigrantes suizos, suecos, alemanes, irlandeses, escoceses, gran parte de ellos judíos y protestantes que no podían ser inhumados en el cementerio parroquial.El Cementerio Alemán o de Disidentes como la historia lo consigna estuvo ubicado al lado oriente del Cementerio Parroquial, separado por el Estero las Toscas, fue abierto en 1856 y mantuvo sus puertas abiertas a toda la comunidad, sin distinción de credos, así lo dice el artículo Nº1 del antiguo Cementerio Alemán o de “Disidentes”: “…en él serán enterrados los difuntos sin distinción de nacionalidad y credo”, cerró sus puertas aproximadamente en 1920; el Cementerio Parroquial de jurisprudencia de la iglesia y que databa de 1842, deja de funcionar en 1920 y estaba ubicado al costado de la Cañada Oriente, hoy sector Chillancito.

Si bien es cierto que el actual Cementerio Municipal data de 1899, es en la administración del alcalde Chillán José María Sepúlveda Bustos y en la Intendencia del sr. Vicente Méndez Urrejola que determina cerrar los antiguos cementerios ubicados en el oriente de la ciudad por el evidente problema de aguas subterráneas y que por la bajada de sus napas podrían afectar la salud de los habitantes de Chillán y así entrando ya en el s. XX, los espaciosantiguos de la muerte dieron lugar al cementerio actual, que respondía a las nuevas políticas de un Estado, más salubre, inclusivo y respetuoso. Los antiguos espacios fueron llenándose de malezas y la tundra cubrió sus lápidas, los mausoleos fueron olvidados y el renuevo de una o dos generaciones trajo consigo el olvido, la máquina bulldozer aplanó los terrenos, la CORVI construyó encima sus casas, y el recuerdo lo escribimos ahora.



Cementerio de Disidentes Chillan (1856 - 1920 aprox.)


Cronológicamente los espacios de muerte en Chillán

1580 – 1835: La iglesia parroquial, los conventos Franciscano y Mercedarios y terrenos no formales como el campo.

1842 – 1910: El Cementerio Parroquial, lado oriente de la ciudad, Cementerio de los Disidentes o Alemán, al lado del parroquial y las iglesias y conventos de la ciudad.

1910 – 2014: El Cementerio Municipal, Cementerio Parque Los Héroes y el Cementerio Parque Las Flores.

NOTAS
(1) ARMANDO CORTES MONROY, ed. Chillán las artes y los días. Ediciones del Archivo Histórico de Concepción (pág. 66,  El desarrollo urbano de Chillán desde 1835 p. Ignacio Basterrica); (pág. 148, El arte en Chillán p. Marcial Pedreros).

(2) HEREJES; Personas que entran en conflicto con el dogma establecido, en la Capitanía general de Chile, eran los judaizantes o marranos y los protestantes.  Santo Tomás (II-II: 11,1) define la herejía del modo siguiente: “Una especie de infidelidad de aquellos que, habiendo profesado la fe en Cristo, corrompen sus dogmas”. “La correcta fe cristiana consiste en asentir voluntariamente con Cristo en todo aquello que pertenece verdaderamente a su enseñanza. Hay, consecuentemente, dos formas de desviarse del cristianismo: una, cuando uno se rehúsa a creer en Cristo, y es lo que se llama infidelidad, que comparten los paganos y los judíos”.

(3) LEYES LAICAS (2 de agosto de 1883): Estableció la no discriminación por credo religioso en el entierro de las personas en los cementerios creados con fondos fiscales o municipales. Los entierros solo se podían efectuar en los cementerios. Se prohibieron los entierros en recintos particulares. Ante la negativa de la Iglesia católica de cumplir dicha norma, se decretó la prohibición de entierros en las parroquias o cementerios privados autorizados después de 1871 (en la práctica significó la clausura del Cementerio Católico de Santiago). Derogado el decreto en 1890, se pudieron establecer cementerios particulares.

(4) UNION CHURCH de Valparaíso o actualmente Iglesia Presbiteriana de Valparaíso se ubica en la ciudad de Valparaíso en la región homónima. Se construyó en 1869 a petición del ministro David Trumbull, líder de la congregación Union Church de Chile. Hasta el siglo XIX, la única forma reconocida y aceptada en Chile del cristianismo era el catolicismo, y había un rechazo generalizado hacia cualquier otra variante, incluido el protestantismo, lo que se reflejó en la constitución de 1833, de carácter moralista. Sin embargo, el caso de Valparaíso fue diferente. En 1811, gracias a la libertad de comercio generada por la independencia, Chile comenzó una fuerte relación comercial con Gran Bretaña, por lo que comerciantes ingleses comenzaron a llegar al país, especialmente al puerto de Valparaíso. A consecuencia de ello, se generó una tolerancia hacia el protestantismo inusual en el resto del país.

(5) LOGIA L’ETOILE DU PACIFIQUE. La masonería que da origen a la actual "Gran Logia de Chile", surge en el puerto de Valparaíso el 7 de julio de 1850, al fundarse la R.·. L.·. "L'Etoile du Pacifique" por un grupo de artesanos franceses emigrados al principal puerto chileno.

(6) LOS ESPACIOS DE LA MUERTE EN CHILE 1883-1932 de Marco Antonio León (Lom,1997), consigna un relato de la época que nos sitúa en esta tétrica postal: “La cantidad de cuerpos sepultados en las iglesias sobrepasaba en muchas situaciones su verdadera capacidad para acoger un gran número de cadáveres. Si pensamos en suelos con tierra removida, la poca ventilación, la oscuridad y el reducido tamaño de la mayoría de esas iglesias, no sorprende que esos recintos se convirtiesen en potenciales focos de infección, a pesar del uso de cal”.

(7) BARROS ARANA  relata: “La fosa para el entierro había sido abierta de antemano. Removiase el piso del templo en una extensión de dos a tres varas, extraíase la tierra para dar cabida al ataúd; y cuando este había sido sepultado, se acomodaban, las losas o los ladrillos cuidadosamente para hacer desaparecer toda señal del sitio en que se había hecho el entierro. Solo sobre las sepulturas de los obispos era permitido poner una lápida con una inscripción conmemorativa, aun en estos casos, la lapida no debía sobresalir del piso del templo. (…) Pero el inconveniente más grave que resultaba de esta práctica era el convertir en lugares de infección el recinto de los templos, donde se reunía tanta gente cada día. El aire que se respiraba en ellos cuando permanecían cerrados por algunas horas, era tan mal sano y tan intolerable que era indispensable abrir las iglesias antes de amanecer para ventilarlas antes que concurriesen los fieles; y aún así eran frecuentes las enfermedades contraídas por haber respirado las exhalaciones que se desprendían del suelo. La sepultación de los templos, condenada ahora por todo el mundo, no lo era entonces sino por uno que otro adelantado a las preocupaciones de su época”.

Libro Santa Elvira (2)

PROLOGO 

Javier Ramírez Hinrichsen
Historiador del Arte y del Patrimonio Cultural
Docente e Investigador del Departamento de Artes Plásticas
Director del Programa de Magíster en Arte y Patrimonio
Universidad de Concepción, Chile

Actualmente, al hablar de patrimonio cultural, no tan sólo recae en la valorización de bienes de carácter tangible, por ejemplos, hitos históricos, entre otros. En Chile, según la legislación actual en relación a dichas problemáticas recae en la Ley 17.288 sobre Monumentos Nacionales. No obstante, aunque existe una herramienta de conservación de espacios urbanos vinculados a prácticas culturales como es la denominación de Zona Típica, no alcanza a observar elementos  que escapan a la idea de conjunto edificado. Desde el año 2010, el estado chileno ha desarrollado una serie de políticas en pos de la reconstrucción de inmuebles de carácter patrimonial, específicamente alentando programas de revitalización de barrios. En este contexto creo pertinente el presente libro “Santa Elvira, Barrio Patrimonial”.

Al hablar de barrio no nos referimos desde una perspectiva “pintoresca”, sino más bien socio-cultural. El impacto que han sufrido las ciudades a nivel mundial producto de distintas variables, y en particular en Chile, por el desarrollo de una política urbana favoreciendo la actividad del sector de la construcción en las ciudades, inmobiliarias, han puesto en el tapete la necesidad de resguardar el capital cultural que se identifica al interior de dichos espacios urbanos. Ahora bien, Santa Elvira no se presenta como un ejemplo más de  tantos que han ido surgiendo en los últimos años en nuestro país. Sino más bien es un lugar donde se puede graficar los cambios en el modo de vida del habitante de la Provincia del Ñuble.

El libro tiene una idea fuerza, “la fachada continua”. Si tomamos esta característica como una metáfora nos hablaría de una continuidad en el modo de habitar que podemos ver en dicho barrio. ¿A qué nos referimos con esto? Patricia Orellana y Máximo Beltrán desarrollan en casi 124 páginas un recorrido describiendo y valorando el inicio de éste Barrio Patrimonial.

“Santa Elvira. Barrio Patrimonial”, como señalan en su introducción sus autores (cito) “…es como el carácter chileno…nació de la emigración campo ciudad”. Uno de los acervos relevados es su módulo habitacional, “la casa de adobe arquitectónicamente de fachada continua”. La formación de dicho espacio urbano albergará una población heterogenea e identificada a través de oficios que marcan la presencia de los habitantes de aquellos inmuebles. Otro elemento, para no olvidar mencionar, es la presencia del agua, no como forma simbólica, sino vinculada a la vertiente (recordar la noticia publicada el día Viernes 24 de enero de 2014 en la diario la Discusión de Chillán, donde se difundía la información de la abertura del muro que impidió el acceso a un lugar con un alto valor cultural-ambiental, significado desde el terremoto de 1939).
En la lectura de la edición aparecerá un minucioso  trabajo de campo, una investigación y registro gráfico de casa y habitantes que se irán conectando con un relato oral de suma importancia, no tan sólo para nuestro patrimonio local y nacional, sino también un reflejo de lo que es la valorización del patrimonio cultural a nivel mundial.

Finalmente, quiero reiterar el aporte que realiza la presente publicación en pos de la salvaguardia del patrimonio tangible e intangible de la Provincia del Ñuble. El rescate y difusión tienen en éste libro una casa y un lugar.