martes, 1 de octubre de 2019

La CHONCHONA, el pariente pobre del volantín

Miguel Angel San Martin



La chonchona es la pariente pobre del volantín. Sin embargo, es la regalona de los más chicos de las casas pobres de nuestra sociedad. Es barata, se confecciona con hojas de periódicos viejos, se eleva con poca cuerda ya que nos obliga a correr, y soñamos junto a ella con el vuelo de las aves, mientras su cola se balancea por la brisa de septiembre.

En mi casa, donde éramos cuatro varones que crecíamos como una escalera, a mis padres profesores apenas les alcanzaba el presupuesto para vivir sin sobresaltos. Entonces, nosotros agudizábamos el ingenio para pasar los días de Fiestas Patrias disfrutando de los juegos tradicionales de nuestra tierra.

Mientras mis hermanos mayores montaban un “taller de artesanía” en el patio de casa, confeccionando volantines y pavos (volantín más grande), curando hilo con vidrio de ampolleta molido hasta convertirlo en polvo y con cola derretida en un tarro de durazno recalentado en una fogata, yo le pedía a “Mi Nana”, la María Sebastiana, que me hiciera una chonchona. Y ella, con manos regordetas hábiles para amasar pan, se las ingeniaba para hacerme una chonchona con “papel Mercurio” y cola larga. Con “hilo de bolsa” le hacía los tirantes y con tres o cuatro metros más de cuerda, me echaba a correr por la vereda de pastelones de calle Cocharcas, entre Brasil y Rosas, llevando la chonchona arriba, meneando su cola encabritada.

Mi vecino y gran amigo, Alexis, se asomaba al antejardín de su casa y se ponía a correr conmigo de un lado para otro, con la sonrisa a flor de labios y la ilusión tan alta como la chonchona. Y luego se sumaban más: el Camise’loco, el Peluca’e tony, hasta formar un grupo de rapaces llenos de risas.

Cuando nos cansábamos de correr de un lado para otro, nos poníamos a jugar a la “Capitula”, un círculo dibujado en la calle de tierra y los bolitos de piedra y de cristal, en una bolsita que Mi Nana me había hecho con los restos de una camisa. No ganábamos ni perdíamos mucho, pero nos pasábamos largo rato en la calle, con las rodillas ennegrecidas de tierra y las manos a tono.

Después, nos dedicábamos a jugar al trompo y hacíamos largos recorridos empujando una chapa de bebida (o una moneda), tratando de llegar lo más lejos posible de un solo golpe. De una esquina a otra, casi sin interrupciones, porque por esa calle pasaba una carretela o una carreta sólo muy de tarde en tarde.

En fin, eran juegos tan tradicionales, tan imaginativos, que cada día nos parecían distintos, diferentes, incluso hasta más entretenidos.

LA CUECA DESPARRAMADA POR EL MUNDO

p. Miguel Ángel San Martin







Los sones de la cueca se han oído con fuerza en todo el mundo. Porque lejos hay chilenos que no se olvidan de sus tradiciones y convierten sus propias realidades extranjeras en fondas multicolores y en fiestas que apenas comprenden los habitantes de allá.

Los chilenos repartidos por el mundo han conformado extensas e intensas redes virtuales, en las cuales van comentando lo que hacen, se aportan ideas e intercambian emociones.

Por ejemplo, aquí en España, desde hace muchos años que no faltan los que organizan festejos y que socializan con hispanos la alegría de celebrar la independencia de la Patria lejana. Claro que se ha tenido el suficiente tino como para no comentar que se trata de la celebración de la independencia de Chile de la dominación española…para no despertar susceptibilidades.

A propósito de esto, recuerdo que hace un par de décadas, durante una tremenda ramada que hicimos en un parque de Madrid, llamado “Casa de Campo”, con asistencia de más de cuatro mil personas, estuvimos tres días bailando cuecas, cumbias y rancheras. Y, por supuesto, comiendo empanadas y asados, acompañados de un buen “tinto chileno”. Lo servíamos en botellas con etiquetas chilenas, pero como el vino se nos había acabado, las rellenábamos con un tintito de la casa. Con un poco de emoción patriotera, convencíamos a la clientela de que era original de nuestra tierra.

En una conversa que tuve con un español avispado, le respondí a su pregunta sobre la celebración del Dieciocho. “Se trata de la fiesta de la Independencia del invasor español”, le dije provocativamente. Y me respondió con rapidez: ”Serían tus parientes, porque míos no lo eran”. Y me dejó seco. Porque tenía razón. Nosotros somos mayoritariamente descendientes de españoles. Por lo menos, nuestros apellidos así lo señalan.

En fin. Sé que en Canadá, en Suecia, en Francia, Italia, Nicaragua….y en muchos países, los chilenos desparramados por el mundo dan rienda suelta a sus emociones y añoranzas de la Patria lejana. Son los dieciochos más nostálgicos, un remedo, un sucedáneo de lo que sucede en nuestros pueblos y campos. Son el grito de amor de aquellos que por diversas razones viven en el extranjero.

Pero son igualmente dieciochos patrióticos. Son tan auténticos como el que más, porque se baila la cueca con sinceridad, se brinda por Chile y porque la vista se nubla a cada sorbo, abriendo el paisaje rotundo de la Patria lejana, que se encuentra anidada en el corazón de cada cual, esté donde esté.