lunes, 2 de abril de 2012

La Fiesta del Rosario de Chillán Viejo

Fuente / Chillan Gesta de Cuatro Siglos / Rolando Fernández Parra



La celebración de las Fiestas del Rosario, el primer domingo de octubre en el pueblo viejo, atrae todos los años, como una devoción entre mística y pagana, a miles de chillanejos, pero, sin duda, serán muy pocos los que tienen alguna idea del origen de esta criolla festividad muy nuestra.

Antiguas crónicas dicen que ella tiene raíz en la lejana época colonial y narran que el año 1775, con ocasión del terrible terremoto del 25 de mayo, que azotó las provincias comprendidas entre Curicó y Bío Bío, la ciudad de Chillan, situada en ese entonces en lo que ahora se denomina “El Bajo”, fue arrasada violentamente e inundada por el río Chillán que corría a su costado sur. La fuerza del sismo hizo cambiar el curso del río. La gente huyó despavorida hacia la parte alta donde ahora está precisamente Chillán Viejo, que por aquel tiempo llamaban Alto de la Horca y Viña Moscatel, pensando en un “acabo de mundo” e invocando clemencia y protección.
Fue entonces cuando el cura de la villa, Pbro. Dn. Simón Mandiola hizo sacar en procesión a la Virgen del Rosario para invocar el amparo divino. La leyenda cuenta que aquí se produjo el milagro. La Virgen sudó copiosamente durante tres y media hora consecutivas y se estimó este hecho como muestra de su empeño en obtener la protección y misericordia divina.

Pasó el tiempo y el milagro de la Virgen del Rosario fue olvidado.

Pero llega el terrible año de 1835 y un nuevo terremoto la destruye totalmente y obliga a las autoridades a proceder a su traslado y reedificación a la planta del actual Chillán.

Allá queda el “pueblo viejo”, con algunos habitantes decididos a sobreponerse a sus antiguas desgracias. Fueron ellos los que hicieron revivir la antigua devoción por la Virgen del Rosario y reiniciaron las fiestas en su homenaje al primer domingo de octubre de cada año.

Por muchos años esta celebración se mantiene en los marcos de una festividad estrictamente religiosa. La gente acude por cientos y miles de los fundos aledaños: Santa Elisa, Maipón, Quilmo, Nebuco, y más allá.

Pero terminada la misa y procesión de la mañana, el huaserío que acude a caballo se entrega a sus entretenciones predilectas; las topeaduras, movimientos de riendas, etc. Para luego, acudir a remojar la garganta en las fondas donde los esperaba el buen mosto del lugar en tinto y en blanco, junto a sabrosas empanadas de horno, y abundante causeos de chanchos y corderos lechones. Más tarde se agregan los bailes, las cantoras que rasguean sonoras guitarras y entonan antiguas canciones, los juegos populares, las fondas orladas de guirnaldas multicolores, que han dado a estas fiestas los ribetes místicos paganos que hoy tienen.

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