lunes, 20 de agosto de 2018

EL “MASÓNICO” NOMBRE DEL VIEJO ÑUBLE

Ziley Mora Penrose
Filósofo, escritor y etnógrafo


No siempre nos llamamos así. Nuestro nombre verdadero nos lo escondió el conquistador, ignorando la nomenclatura dada por el Adán mapuche-pewenche-chiquillán. Pretendía lo imposible: partir de cero para cristianizar, ignorando que este Chillimapu tenía casi catorce mil años de convivencia humana. 




Porque, según la arquelogía destapada por Dillehay en Monte Verde, Chile comenzó por el sur, allí alrededor de un fogón de machi, cocinando las papas-relato desde una milenaria memoria que venía rodando a partir de no sabe qué remotas humanidades. Lo mismo se repetía en la Cueva de Quilmo, cuatro mil años atrás, cuando esa “gente enojadiza” llamada chiquillán, no mataba ni quemaba porque nadie le quitaba su libertad para crear nombrando. Lo cierto es que cuando en 1552 Pedro de Valdivia le entrega a Pedro de León su encomienda en la tan feraz área del río Ñuble, los indígenas le llamaban algo así como -para la oreja española- “reinohuelén” o “reinogüellen”. Ese era el nombre autóctono de la extensa región que en la actualidad incluye la comuna de San Carlos y la totalidad de la provincia de Punilla y del Itata. Lo extraordinario es que el vocablo en mapuzungun literalmente significa “cueva secreta o iniciática donde se hacen cambios y transformaciones”. De renü, especie de “colegio-cueva” (salamanca)de los llamados “brujos” o “magos”, y de welulën, “cambiar” o “intercambiar-se” (por otro). También huelen podría traducirse como “siempre renovado”, de we, “nuevo” y de len, verbalizador del presente. La otra variante también es esotérica: un apócope de wellilen, “estar vacío”. Es el nombre etimológico del famoso cerro Huelen donde se fundó Santiago, y quizá por estar vacío o desnudo, se asoció a la errónea traducción de “dolor”. Algo de esto influye en las fuentes que cita Juan Valderrama al traducir reinohuelen como “cueva de infortunio”. El mismo informa un dato revelador que para quitarle ese tan obvio indicio de práctica hermético-pagana supuestamente reñida con el cristianismo más ortodoxo, los españoles “llegaron a convertirla en Reino de Belén”.

Los cronistas pronto dieron cuenta de estos sitios secretos -también “chenkes”- donde los valientes encontraban el misterioso remedio del ükü-puerta; es decir, un acceso a ser otro y así eludir la fragilidad, la enfermedad y hasta la muerte. La técnica era en verdad una suerte de camouflaje ontológico. 

Una vez, en la Araucanía escuché a un kimche confesar algo extraordinario : 

“los mapuche de antes eran como los masones : 
se metían en cuevas para allí hacerse 'hombres fenómenos"

Uno de ellos fue Kallfukura, y así nunca más le entró la bala. Peleó hasta los 130 años.” En este preciso punto geográfico (la actual provincia de Punilla), tan estratégico en la defensa de sus “colegios de brujería”, los mapuches-chiquillanes levantaron un pucará y un foso de defensa en el 1565, mantenido en excelente condiciones , hasta que Francisco de Villagra dio la famosa “batalla de Reinohuelén” el 17 y 18 de febrero de 1565. Fue una batalla táctica librada por yanaconas junto a algunos españoles protegidos de las flechas con cueros vacunos. Pelearon bravamente buscando pasos ocultos imitando a su jefe que batallaba dentro del agua de los fosos y perdido hasta la cintura. Producida la derrota indígena, los yanaconas se ensañaron en la persecución del otro bando “conforme a su bárbara costumbre”. Allí fue derrotada una forma de ver y de sentir el mundo. 

El resto ya se sabe: se impuso la espada y la cruz, la ley cristiana al azmapu, el degollamiento castigando al fuego que destruía a Chillán, el silabario y el catecismo a la “buena palabra” llena de newen, de fuerza mágica pronunciada en templos-cueva; todo hasta someter y doblegar una cosmovisión que venía ya dada en los mismos nombres nativos.



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