lunes, 17 de septiembre de 2018

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA, no fue una revolución.

Jorge M. Mc. Bride
“Chile: Su Tierra y Su Gente” (1935)




Cuando se dejaron sentir los primeros síntomas de agitación en las colonias, muchos de los terratenientes de Chile, peninsulares y criollos, permanecieron leales a la corona, pues sus intereses eran en gran parte idénticos con los de aquella. Habían heredado la cultura hispánica e introducido en las colonias las instituciones sociales de la península; muchos de ellos eran monarquistas acérrimos, sin ninguna simpatía por las tendencias democráticas, y tal vez en ninguna parte de América Latina este sentimiento de lealtad más vívido que entre los hacendados chilenos (1).

Cuando Chile por fin se sublevó contra España, no lo hizo en respuesta al amplio espíritu democrático que agitaba a otras colonias, y menos aún por seguir las huellas de las colectividades inglesas de Norte América que trataban de establecer una democracia, o para emular a los republicanos franceses. Chile se libertó de España, pero no de las instituciones españolas; logró su independencia pero no hizo una revolución. A través de la larga contienda por alcanzar la libertad política, ningún intento se hizo para extender esta misma libertad a las masas. El triunfo de la guerra de la independencia sólo produjo, pues, una transferencia de autoridades, pero no una reforma política y menos aún, un solevantamiento social. La guerra liberadora en ningún sentido fue una revolución, y por lo mismo, produjo en Chile menos disturbios sociales que en ningún otro país del continente (2). El sistema que había servido de base a su organización, continuó idéntico, sin ofrecer oportunidades de transformación social.



Los jefes de la revuelta casi sin excepción fueron hacendados, y se batían con los inquilinos a sus órdenes, luchando estos últimos a favor o en contra de España, según fueses los deseos o el mandato del patrón. Además, en Chile, menos que en otros países americanos, la guerra de la independencia no fue una larga y honda contienda que removiera los fundamentos de la sociedad; consistió en unas pocas campañas y en algunas rudas batallas favorables o adversas a los patriotas, pero que no ocasionaron tumultos ni dieron ocasión a que surgieran jefes de entre la masa común. Muy pocos fueron los caudillos que llegaron a sobresalir y aún durante el conflicto, los hacendados se cuidaron de mantener el control del país. Las clases laboriosas, a las que por aquel tiempo todavía se les llamaba indios, colaboraron con los patriotas para merecer, juntos con sus señores, la nueva designación de “chilenos”, aboliéndose inmediatamente la esclavitud, aun cuando ésta nunca existió en Chile con demasía. Quizás fue esa la única reforma social. Cierto que se adoptó la terminología de algunas fórmulas democráticas de gobierno, pero en muchos casos éstas no fueron más, según la gráfica expresión de un moderno escritor chileno, que, “palabras, simples palabras” (3).

El pueblo no estaba preparado entonces para una verdadera democracia. La encomienda y la hacienda habían construido una aristocracia, que una vez derribado el gobierno español, pasó a ocupar el sitio vacante para erigir el nuevo gobierno en armonía con el orden social existente. En ello la masa del pueblo no tuvo parte y continuó igual como había sido desde los tiempos coloniales (4). Como fuera el grupo hacendado el que hizo la revuelta, fueron ellos también los que tomaron las riendas del ejecutivo. La nueva organización política estableció así el gobierno de los hacendados, por los hacendados y para los hacendados (5).

Unos poquísimos chilenos consideraron la guerra como una oportunidad de reformas sociales. El más conspicuo entre ellos fue Bernardo O`Higgins, que estudiaremos próximamente.


1.- Algunos hacendados se opusieron al movimiento de independencia y sus propiedades fueron confiscadas (Amunátegui Solar: Mayorazgos, Vol I, 1901 -1904, págs.. 16-18).

2.- “El movimiento popular de 1810 no tuvo la más leve apariencia de una asonada” (Salas: Memoria sobre el servicio personal de los indígenas y su abolición, pág. 16).

3.- Cabero: Chile, 1926, pág. 194. Galdames, en su estudio, 1923, pág. 217, dice que la revolución había engendrado casi inconscientemente ideas de libertad e igualdad, pero “en nada afectó a las instituciones en que se fundaban la propiedad, la familia, el trabajo, la religión, el derecho”.

4.- “En cuanto a los inquilinos del país, sus condiciones de trabajo y de vida no habían cambiado desde la época de la colonia”. (Galdames: Obra citada, pág. 264).

5.- Espejo, en su Nobiliario de la antigua capitanía general de Chile, 1917, describe la herencia social del pueblo chileno.

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