p. Chillán Antiguo / Máximo Beltrán
Archivo Chillán antiguo
Revista Zig-Zag
Hace unas
semanas, por esos viajes y encuentros de energías, de esas que fluyen y que muchas veces uno cree inocentemente que
son fortuitas, me encontré caminando por los pasillos de la escuela La Estancia, sus
tesoros no eras los alumnos, sus verdadero tesoro era un “Museo”, si un verdadero museo…!!!!.
Gracias a un profesor que a punta de esfuerzo y viajes personales a lo largo de
los años fue armando una valiosisima colección de historia natural, antropológica de nuestro país y de verdaderos
objetos anclas de la ciudad de Chillán….un paseo por Chile y Chillán, a través
de la mirada de don Andrés Reyes; ….pero no hablare del museo La estancia y de
la noble labor que desarrolla este vecino de Chillán, creo que él y su museo se
merece un capítulo completo..al igual que don Darío Brunet.
Con las
debidas proporciones del tiempo, cuando lean estas líneas y después visiten el
Museo La Estancia, comprenderán de que hablo….esto ya es para iniciados.
Pero vayamos
al “convite” de ahora, les presento a don Darío Brunet Molina, un vecino de
Chillan, que en 1930, tenía en Chillan un verdadero museo; vinculado a los
Urrejola, y Molina, familias de comerciantes y agricultores, transformó su fortuna en viajes y a gozar la vida estéticamente
con la finura de un príncipe o un adelantado para la época. Formando un museo
que hoy lo quisiéramos en la ciudad de Chillan, a falta de espacios y verdaderas
colecciones; quién describe con mayor detalle y con la validez del retrato de
época es el periodista Pedro Sienna de
la Revsita Zig.Zag que junto a don Alfonso Lagos Villar, lo visitan en su casa.
Aquí transcribo
literalmente el escrito de 1935, publicado en la Revista Zig-Zag, en el
contexto del centenario de la ciudad.
UN VERDADERO
MUSEO ARTÍSTICO POSEE DON DARIO BRUNET
p. Pedro
Sienna
Revista Zig-Zag
1935
No me parece
que exista en el país una colección particular de antigüedades y de obras de
arte más valiosas e interesante que la que posee don Darío Brunet en las salas
de su casa de Chillán.
La casa
misma es ya la demostración de severo buen gusto. Se destaca como una nota
sobria e inconfundible en la fila de banales construcciones de esta calle por
la que voy en compañía de Alfonso lagos, el joven y talentoso director de “La
Discusión”, que me va a poner en contacto con el señor Brunet.
-¿Queda muy
lejos todavía? –pregunto a mi acompañante.
-En la otra
cuadra; y usted mismo va a dar, estoy seguro.
-Si la
morada guarda relación con lo que usted me cuenta de su dueño, no le digo que
no…
En efecto,
sin titubear, me detengo frente a una casa de estilo español, mezcla de barroco
y mozárabe, que aquí se ha bautizado “colonial”. En sus lisas murallas, no hay
más detalle decorativo que dos ventanas desiguales con sendas rejas de hierro
de un bellísimo forjado.
-Me “tinca”
que es aquí –le digo. Y sin más ni más, levanto el pesado aldabón de la
claveteada puerta.
Don Darío
Brunet no pertenece a esa casta de vulgares coleccionistas, que más por
ostentación que fervor auténtico, se dan a almacenar antiguallas y objetos de
arte de dudoso “pedigree”. Vive entregado enteramente a su afición, dedicado al
estudio y a la rebusca de obras artísticas en el país y en el extranjero, con
las que va enriqueciendo su vasta colección, que merece ya el nombre de verdadero
museo.
Dueño de una
magnífica biblioteca documental, viajero curioso e incansable por todos los
museos de Europa, con gusto innato y una sutil comprensión de los valores
estéticos que han permanecido inalterables a través de todas las modalidades de
diferentes épocas, no es extraño que posea una cultura vastísima que lo hace
ser el consultor seguro y obligado en todo lo que atañe a su especialidad. Un “entendido”,
vamos, en toda la extensión de la palabra. Conoce de una ojeada el valor y la
autenticidad de una pieza de cerámica, de un bordado litúrgico, de un cuadro
antiguo, y añade sabrosos comentarios que denotan no sólo al erudito sino al
artista que hay latente en él.
Paso a paso,
con un recogimiento casi religioso, cruzamos las estancias un poco e penumbras,
saturadas de un vago olor a incienso y a cosas viejas y venerandas.
En la casa
central que recibe la luz por dos ojivas exornadas con antiquísimos vitrales,
admiramos un barbudo apóstol gótico tallado en madera, que proviene de un
retablo del templo de San Ildefonso, en granada; una virgen romántica con el
Niño policromada; vargueños del s. XVI; candelabros de hierro medioevales; un
relicario que perteneció a los famosos Monjes del Monte Athos…Para todo tiene
el señor Brunet una frase justa, decisiva, incisiva, que imanta al espectador y
lo hace apreciar más intensamente la antigüedad, los detalles o simplemente la
belleza de cada obra.
Luego son
los anaqueles, de los que don Darío va extrayendo los objetos con esa tierna
delicadeza que solo son capaces de poner en sus dedos, los anticuarios y los
relojeros, para ofrecerlos a mi consideración. Una estatuilla griega arcaica,
llena de gracia primitiva; una cabeza en mármol, de carácter grecorromano,
hallada en una excavación en Ostia; azulejos de la Mezquita de Córdoba, que
conservan aún la fuerza y la viveza de sus colores, acentuados por ese brillo
metálico cuyo secreto fuera patrimonio exclusivo de los ceramistas árabes;
estribos de hierro del tiempo de las Cruzadas, que ostentan las abolladuras
históricas de quién sabe qué caballerescos encontrones; dagas sarracenas e la
época de un califa de enrevesado nombre que allá por el s. X entró en España al
frente de un revuelo de blancos alquiceles…
Pero a
juicio del mismo señor Brunet, su tesoro más valioso está en la sala de los
bordados. Esta sala muestra un techo con artesonados y ménsulas talladas de la
época de don Pedro el Cruel, traídos –me explica don Darío- de una casa que
derribaron en el Carmen de San Cayetano, en Granada, y que estaba asentada sobre una suave colina cerca del
Darro. Las paredes están cubiertas totalmente de riquísimas telas. Las telas
son la especialidad del coleccionista. Aquí admiramos un trozo de tejido copto,
comprado en el Gran Bazar de Constantinopla; telas persas y japonesas; hispano
moriscas y brocateles españoles de la época de Don Fernando y Doña Isabel; terciopelos
y “picados”, que son inapreciables documentos de museo, que se conservan bajo
vidrio; brocatos del renacimiento, damascos de los siglos XVI y XVII;
diversidad de telas, en fin, bizantinas, góticas, románicas y renacentistas,
recamadas y bordadas en hilo de oro y seda, que representan una fortuna. La fortuna de don Darío Brunet, que en vez de
traducirse prácticamente en los aceros vibrantes de una maquinaria industrial,
duerme aquí en los oros muertos de los bordados antiguos.
Entre las
piezas litúrgicas, se destaca un juego de capa pluvial flamenca, del s. XV y
una casulla de las que enviara Carlos V a sus templos de América y que se encuentra
registrada en el Archivo de Indias. Nos llaman también la atención, un escudo
bordado con las armas del Duque de Alba, otro con las del Rey Don Alfonso XI,
el Justiciero, y el palio de la Real Audiencia de Chile.
Aunque la
colección de telas no es de carácter americanista, conserva aquí el señor Brunet
algunos raros y curiosos tejidos pre-incaicos, en rojo y negro, que según su
opinión y la de otros entendidos, tienen unos 8 mil años de antigüedad.
De su
galería de cuadros, podemos destacar un san Francisco de sales, escuela
veneciana del siglo XV; una virgen quiteña y una bellísima “Dama española”, de
Sánchez Coello, pintor valenciano que estudió con Rafael en Roma y que, como se
sabe, fue el precursor de Velázquez.
No es menos
interesante la colección de autógrafos, donde en el más pintoresco maridaje,
nos encontramos reunidos los caligráficos rasgos de los hermanos Quintero, el
patriarca de Constantinopla, Sarah Bernhardt, el “Bombita”, Tórtola Valencia,
Paul Claudel, la Pavlova y otras celebridades mundiales.
La
biblioteca rica en obras de documentación artística, arqueología, viajes,
historia, contiene, además, algunos
libros dedicados, que son de un valor muy significativo. Entre ellos valen la
pena mencionar las comedias completas de los Álvarez Quintero, mandadas sin
interrupción, a medida que se han ido estrenando, y “Mis memorias”, de Sarah
Bernhardt, en papel del Japón, que la gran trágica envió al señor Brunet
recordando al amigo inolvidable que conociera en París y agradeciéndole, una
vez más, el viaje ex profeso que él hiciera después a Buenos Aires para verla
en Hamlet y llevarle, desde Chile, un ramo de copihues a su camarín.
Don Darío
Brunet dirigió en gran parte el Album de la Provincia de Ñuble que figuró en la
Exposición de Sevilla y que el enriqueció con monografías y fotos de rincones
típicos. Hoy día presta una importante colaboración en el Comité Literario y
Artístico de las fiestas del Centenario: en compañía de la señora Berta Collin
de Delepine, tiene a su cargo la exposición del folklore chillanejo.
Después de
la visita, don Darío me acompañó hasta el umbral de su portón claveteado. Y al
despedirse, con un gesto afectuoso y señorial, inclinando su rostro pálido y
sonriente, me parece, con su alto cuello almidonado y ceñido por anacrónico
corbatín, que es un caballero escapado de algún daguerrotipo, el que me dice
adiós.
EPILOGO…(nota
del blog)
Gran parte
de estas piezas están en la sala Brunet del Museo del Templo Votivo de Maipú. Las
que no destruyó el Terremoto del 39,fueron donadas por don Darío Brunet Molina
al Museo del Templo Votivo de Maipú ante la desidia de las autoridades de la
época, de fundar un museo aquí en Chillan, que las conservara y exhibiera, según
era el deseo de don Darío. En Maipú, se exhiben parte de las colecciones que
fueron rescatadas de la catástrofe, en una sala que lleva su nombre.