p. Álvaro
Arévalo Ferrada
Publicado en
La Discusión, el 15 de agosto del 2000.
En 1794,
luego de permanecer cuatro años en Lima, Bernardo es enviado por expresa
disposición de su padre, Ambrosio O’Higgins, a Europa a proseguir su formación
educativa. Su escala temporal fue Cádiz, a la sazón uno de los más importantes
puertos comerciales, y eje de entrada al escenario europeo. Aquí, amparado bajo
la batuta de don Nicolás de la Cruz, chileno, hombre de aire cosmopolita e
intelectual, permaneció un par de meses. Su paso siguiente –el decisivo para su
preparación- es Inglaterra. Don Ambrosio, otrora súbdito británico, ambicionaba
para su vástago la formación académica de un típico “gentleman” inglés.
En la “rubia
Albión”, su apoderado, don Nicolás, logró ponerlo bajo el amparo de dos astutos
relojeros judíos: Spencer y Perkins, quienes tutelarían el dinero enviado por
el ahora Virrey del Perú, don Ambrosio (1796).
Richmond, el
pueblecito a 16 kilómetros de Londres, se le ofrece pletórico y alegre: la
Academia, donde comienza su formación a lo “British”; los parques, sus
correrías campestres; el jardín botánico (kew gardens), sus amistades…en fin.
Instalado en
la posada de Mister Eels, convive con jóvenes de otras nacionalidades que han
llegado a la Academia. Uno de sus amigos por estos años fue Sir David Andrews,
junior. El furor del amor comienza a causar los primeros estragos en el corazón
de Bernardo; lo ha encontrado en el mismo sitio donde se hospeda: la señorita
Carlota Eels, la hija del posadero, será el motor sentimental para el joven
veinteañero. Años más tarde, el recuerdo del amor aún perduraba en Carlota,
quien nunca se casó, aunque los pretendientes no le faltaron.
Su
preparación en Richmond comienza a dar sus frutos: domina el inglés, el
francés, la música, la pintura, la esgrima y el arte de las armas, y otras
materias que, lentamente, comienzan a moldear su recio carácter y personalidad.
Luego del estudio constante, no hay nada mejor que las vacaciones en el
balneario de Margate, junto a los amigos, Carlota y los sueños juveniles. De su
padre, el mutismo es la tónica: constantemente le envía misivas comentándole
sus avances y dificultades, pero nada de nada.
Su
progenitor había destinado anualmente la cantidad de 1.500 pesos para su estada
en suelo británico. Sin embargo, el poco control brindado por su apoderado don
Nicolás quien, al parecer, estimaba más conveniente recorrer Europa que
supervisar a los relojeros, especialmente Perkins, le originan a Bernardo
grandes penurias y desvelos económicos. Por todo aquello, se traslada a la casa
de Bernabé Murphy, en Londres, quien lo apoya por un cierto tiempo. Luego, “un
señor Morini, capellán de la legación de Nápoles, vino entonces en auxilio del
joven y le acogió en su casa, el número 38 en York Street”.
El 3 de
enero de 1798, se traslada a Londres, a una casa en Great Pultney Street, el
profesor de matemáticas, Francisco de Miranda.
Uno de los
hechos fundamentales que marcarán enormemente el devenir de Bernardo, es su
amistad que forjó con el general venezolano, impulsor acérrimo de la causa
independentista americana. Miranda, hombre de mundo, se trató de igual a igual
con George Washington, con Napoleón; recorrió Europa, Rusia; luchó por los
ejércitos de Carlos III de España, combatió en Cuba, etc.
La
influencia, casi paternal y mística para con Bernardo, fue total: “le enseñó a
amar la libertad y a vivir para ella y para su patria”. El alfa y omega de mis
consejos es: “ame a su patria”, le repetía una y otra vez.
Miranda,
avizorando en Bernardo sus dotes de líder, lo introduce en el mundo social y
político, inglés y europeo: conoce al duque de Portland, ministros, emisarios,
y una amplia gama de líderes americanos en pos de un ideal común: la separación
del yugo español.
El destino
ya estaba resuelto: Diego Duff, un conocido, le ofrece un puesto administrativo
para paliar su siempre paupérrima situación financiera, pero no lo acepta;
llega dinero enviado por don Nicolás de la Cruz, desde Cádiz.
El 25 de
abril de 1799, el duque de Portland autoriza la salida de “Mister Bernard
Riquelme”, quien se embarca en el puerto de Falmouth, donde permanece tres
semanas en Lisboa antes de seguir rumbo a Cádiz.
De su
permanencia en Inglaterra, O’Higgins logró empaparse del sistema democrático y
los principios políticos que rigen al pueblo inglés; de las instituciones,
férreamente establecidas, donde reina la verdadera libertad nacional. “En su
estructura política se encuentran las virtudes de todas las especies de
gobierno sin sus vicios”. Finalmente, su complicidad con “el Precursor”, le dio
rienda suelta a su espíritu libertario para Chile.