Grupo Chillán Antiguo,convocó al primer Concurso de Relatos Breves “Chillán Antiguo”; les presento los seleccionados:
Nuestra identidad se ve fortalecida, cuando chillanejos de diferentes sectores convergen en un solo sentido; el hacer memoria y reconstruir desde el anonimato otra historia, la
no oficial, aquella que se transmite oralmente y se transforma en un mudo testimonio de lo pasado.
Un pequeño relato, un cuento, una historia, nos puede hablar de miles de cosas; emociones, personajes, familia, ciudad, barrios, campo, colegio...todo lo imaginable que este a punto de extraviarse o que ya inevitablemente perdimos.
Aquel recuerdo, es necesario para anclarnos positivamente en nuestra reconstrucción.
CUENTO UNO
SEMBLANZA de CHLLÁN / Carmen Andrea Mantilla
HAN INSISTIDO EN LLAMARME CARMEN, OTROS ME CONOCEN COMO ANDREA, PERO A QUIEN QUIERAS PREGUNTAR SABEN QUE SOY MANTILLA DE PADRE Y POR LO TANTO, POBRE Y REINCIDENTE EN EL AMOR. TAMBIÉN RESPONDO AL NOMBRE DE MILITA QUE ES AQUEL CON EL QUE ME AUTOINVOCO PARA ESCRIBIRTE DE CÓMO SON LAS TORMENTAS QUE AZOTAN LAS COSTAS DE CHILE.
Chile, Provincia de Ñuble, Chillán, Marzo de 2009
“Arden eras chillanejas.
Todo Chillán es fermento.
Toda su tierra parece
ofrenda, fervor, sustento,
y salta una llamarada
que nos da a mitad del pecho”
GABRIELA MISTRAL, "CHILLÁN"
Me preguntaste alguna vez dónde vivía. Te lo dije, pero no te lo expliqué. Chillán necesita ser explicado, desmenuzado, mordido. Necesita que te sientes pacientemente a la orilla de un mesón ancho, con vino pipeño y dulzón a comer jaibas de Tomé, con una dedicación casi monacal y piedra en mano, al amparo de un parrón que te permita burlar el calor del verano. Es una ciudad de siesta, todavía tiene el encanto del mundo que gira lento.
Ahora nos empinamos recién en los 160 mil habitantes, pero parece que fuéramos menos aquí y que nos multiplicáramos en otros lados. Me explico. Menos aquí porque en esta ciudad todo se sabe, no hay amorío que se calle ni persona que no sea pariente de alguien conocido. Y más en otros lados, porque cuando se sale de Chillán, siempre encuentras otro chillanejo patiperro que probablemente sea pariente de una compañera que tuviste hace años, situación que te acerca lo suficiente para hermandar destinos mientras dure tu propia travesía. Donde hay un lugar imposible, habrá un chillanejo que añore el encanto campesino de esta tierra bella. Y donde hay dos chillanejos hay matria.
“Me persigue Chillán
por todas partes;
remecida uva sol;
plácida plaza,
viene conmigo desde siempre,
arsenal de la patria.
Chillán es lo que tengo
y eso es bastante,
para tan grande sed
que ando trayendo,
no hay otro cántaro que valga;
para tanto cansancio acumulado,
no hay otra almohada.”
SERGIO HERNÁNDEZ, "ME PERSIGUE CHILLÁN"
La ciudad se ha ampliado a lo loco. Cuando yo era chica todavía podía verse un caballo paseando suelto por la calle de mi población así como si nada. Ahora ya no. Alcancé a ver tradiciones como el vendedor de mote mei que pasaba en las noches, ahora sólo queda la señora del trigo mote y las patitas en el Mercado, ahí encerrada en el destino que le otorgaron, no tienen hambre de colonizar lugares nuevos. También pasaban vendiendo leche de burra en un cachito y los chinchineros generaban tumulto. Los chinchineros a veces pasan aún a la ciudad, se ganan en una de las esquinas del centro y me pintan la envidia en la cara con las coordinaciones imposibles de manos, pies y cuerpos, ésas que jamás podría hacer yo. Creo que con suerte podría pasar el gorrito pidiendo la calificación del espectáculo en monedas.
Ya te conté de mi infancia y que me crió mi abuela. Hubo una cosa que me quedó en el tintero: cuando los cielos se ponían rojos en las tardes mi abuela decía “los ángeles están haciendo galletitas” y una se quedaba de lo más conforme. Veinticinco años después cualquier niño que recibiera una explicación como esa te manda a ver Discovery Channel y a internalizar las palabras de Nietzsche como un mantra “Dios ha muerto”, “Dios ha muerto”... Los tiempos cambian. Son nuevos, pero creo que no más felices de los que hoy corren. Quizás sólo me he hecho vieja de tanto pensar y de tanto leer.
“Chillán existe como una rosa blanca
sobre mi corazón húmedo y sin palabras.”
NICANOR PARRA, "TERREMOTO DE CHILLÁN”
Quiero llevarte a pasear por mi tierra. Imaginaré que comenzamos a caminar bajo un otoño fresco. Vamos al Cementerio cuyas puertas de ingreso de varios metros fueron traídas especialmente de Alemania para nosotros. Iremos juntos a que veas la gran fosa común de los muertos del ’39, y que te rías cuando te cuente que una vez me rompí la nariz porque choqué de frente con la Llorona, la escultura de la Helga Yuffer que hay frente al patio 3, porque iba corriendo y no la vi (excusa es la edad, a los cinco años una mira otros mundos) y te muestre el canal en el que antes se sacaba el agua, al que me caí una mañana procurando llenar el bidón para limpiar la tumba de mi abuelo. Y a grandes cuitas, grandes soluciones: me desnudaron, me pusieron un chaleco de alguien y pusieron mi solera y mis calzones de algodón de los siete años sobre la cruz de la tumba, bajo el sol del verano se secó antes que emigráramos a ver la tumba de mi hermano. Mi hermano es un bebé que nació muerto justo el día del cumpleaños de mi tío que lo lloró como si fuera el padre y que alguien me convenció que justo me tocó de Ángel de la Guarda. Ahí está la tumba de Ramón Vinay, el gran Otelo que dio Chillán al mundo, y de Claudio Arrau, el virtuoso hombre del piano, y del tío Lalo Parra que a punta de cuecas choras acuna a los vecinos. Te mostraré la tumba de Laura Lagos que tiene una escultura de Marta Colvin en el regazo y te mostraré la de Marcelita, una niña que murió muy joven porque su camisa de dormir se incendió y nadie pudo ayudarla porque había puesto llave a su pieza. Cada vez que pasábamos frente a la tumba de la Marcelita, camino a la de mi papito Chemo me decía mi abuela “por eso no hay que descuidarse con la estufa y no hay que ponerle llave a las piezas”. Crecí en una casa en la que nada estaba bajo cerradura, sólo en la noche se le ponía llave a la reja, se cerraba la puerta que daba hacia el frente de la casa (sin llave) y se ponía “la tranca” en la puerta del patio que era un picaporte enorme que debo haberlo aprendido a cerrar como a los ocho o diez años y del que todavía guardo el sonido seco que hacía al moverlo. Imagino que llamarle “la tranca” debió haber sido algún resabio de las casas viejas. Debiera mostrarte mis muertos: Mi abuelo y mi abuela que descansan juntos, mi hermanito (el ángel de la guarda), la Gabrielita y mi tío Pato, muertos en el accidente carretero más brutal de mi familia, la Totita, junto a sus padres (la Toti ¿te acuerdas? Mi otra abuela, con la que hacía licores y mirábamos la calle Gamero perderse hacia la costa, mientras comíamos pasteles de crema y tomábamos licor de oro). Siempre me han gustado los cementerios. Te voy a contar algo que parece muy genial: a problemas de muertos, soluciones de vivos. Hubo un tiempo en que el Cementerio no era general, sino que era católico y estaba en otro lado, entonces por la creciente migración de extranjeros fue necesario contar con un lugar donde ellos se enterraran de acuerdo a sus creencias, así surgió el Cementerio Alemán que dejó de funcionar a principios de 1900 pero del que se perdió su fisonomía con el terremoto del ’39. Para que no se pasaran las almas desde el cementerio católico al cementerio de infieles, se cavó una zanja profunda entre ambos cementerios y asunto arreglado, ya todos descansarían en paz, porque se podrá estar muy muerto pero ni leso irse a zafar los pies inmateriales por andar de copuchas en el cementerio equivocado. Ya te decía: a problemas de muertos, soluciones de vivos.
“Yo canto a la chillaneja si tengo que decir algo,
y no tomo la guitarra, por conseguir un aplauso,
yo canto a la diferencia que hay de lo cierto a lo falso,
de lo contrario no canto”.
VIOLETA PARRA, "YO CANTO A LA DIFERENCIA”
Cuando regresemos del Cementerio recordaré que nada te he contado de este barrio que lo antecede, que le llaman Ultraestación ahora y que antes se llamó Villa Alegre. Éste era el antiguo camino a la costa, por aquí se llegaba al mar. Aquí vivían los Parra (la Violeta, Nicanor, Roberto, el tío Lalo), éste era el sector del cachureo, del cambalache, de los precarios, de los trotacaminos, de las mejores bodegas de vino (oficiales y clandestinas) y los burdeles, no podía si no llamarse Villa Alegre ¿qué otro nombre le sentaría mejor? Nicanor Parra (el antipoeta chileno por antonomasia) dijo alguna vez “El prototipo que tenemos del francés es quien nació en Paris...De igual modo, el verdadero Chillanejo, es el que nació en Villa Alegre, al otro lado de la Estación”.
A un par de cuadras de aquí, en la primera cuadra después de los rieles, vivía mi tío-abuelo José Eleucadio, más conocido como el “Negro Cai” o “Pantalón Cortito” por su costumbre de subirse los pantalones muy arriba al momento de sentarse para que no se le marcaran las rodillas en la tela, también le decían “Pompas Fúnebres” porque no ha habido registro de un conductor de tren que hubiese matado más personas en una noche entre Concepción y Chillán. ¿Qué barrio si no éste podía alojar a mi tío-abuelo, medio mapuche y medio catalán? ¿Medio catalán? Sí, para que veas, ya te contaré más largo de mis ascendientes en otra carta. Ahora te cuento de Chillán y de Villa Alegre. Aquí también vivió mi abuela-mamá cuando recién emigró de Los Ángeles, en la misma calle Los Olivos pero en el sector sur, desde su ventana, mientras cocinaba, podía ver los suicidas del Paso Nivel. Tristes han existido siempre. En este sector vivo yo, la regenta de mi propio burdel de esperanzas rotas.
Antes o después te mostraré el penoso estado en el que se encuentra el Museo de la Iglesia San Francisco, sus cinco mil libros antiguos y raros, los pocos vestigios que quedan de las épocas de gloria, y te contaré que decían que habían pasadizos secretos que llegaban hasta las monjas de la Purísima, pero nunca se ha comprobado eso. A un par de metros de ahí está la casa que fue del pintor Arturo Pacheco Altamirano, injustamente olvidado. Recuerdo el temor que nos producía a los niños una calavera de un sacerdote muerto que tenían justo al subir la escala, ibas de lo más suelto de cuerpo cuando te pillabas un hábito franciscano y su esqueleto correlativo en la puerta… Ahora ya no está. Decían que era un cura que se subió a arreglar el reloj de la iglesia y que cayó sobre las rejas de acceso.
“Con el canto'e la Violeta
y el corazón de Chillán,
yo me traje, en la maleta,
quinientos litros y un pan.
[…]
Seis días 'tuve tomando
a'ond'el guatón Monrroy,
seis días que ando contando
más hablaor que un choroy.”
TITO FERNÁNDEZ, EL TEMUCANO, "CHILLÁN”
No sé si llevarte ahora hacia las calles del norte o volver al sur… Mejor hacia el sur. Iremos luego a pasear por el Mercado en día de feria para que escuches como se vende el zapallo milagroso que engorda la pierna, los huevos de campo sin colesterol, las acelgas mágicas para bajar de peso y para que veas el cartelito chistoso de la señora a la que le compro fruta, que dice “Los zorzales también pagan”, puesto ahí en la esperanza de desmoralizar a los clientes que sólo prueban y no compran nunca, para que conozcas a Silvita a quien le compro el pescado, a mi casero de las papas que me guarda la infinidad de bolsas y bolsas mientras compro y compro tentada por todas esas cosas ricas que ofrece mi tierra y la de otros que las vienen a comercializar aquí. Te presentaré a la Pamela, una rubia con pecas grandes que trae esas frutas poco masivas: el maqui, la granada, los membrillos, y con quien nos saludamos con auténtico cariño desde que yo iba a comprar acompañando a mi abuela y ella tenía un canasto con sus cosas cerca de la mirada vigilante de su madre, hará ya unos veinte años. Si tenemos suerte, a lo mejor encontremos al que trae chupones y murtilla. La parte del mercado que más me gusta es la de los frutos secos, creo que nunca acabaría de comer guindas secas, almendras, nueces o pasas rubias, el olor mezclado, en el aire de la fragancia de los melones calameños, del merkén, de la canela, de los clavos de olor, es una invasión sensorial sin clemencia alguna. Famoso es el callejón de los restaurantes que “arreglan la caña” o “los levantamuertos” que se sirven con cafecito con malicia, salen de adentro olores de fritanga y de compañerismo. Esa era la Feria libre. Vamos al Mercado Techado. En un costado están las cocinerías en las que por dos dólares matas el hambre y haces amigos; por el pasillo central están a la caza -como si de un puma agazapado se tratase- mujeres que te invitan sonrientes a irte con ellas, cantos de sirena a los que todos sucumben “mi caballero, venga por aquí, por aquí, le tengo pastel de choclo”. ¿Cómo no será necesario amarrarse al mástil para no ir tras ellas?
“Chile. Mucho se ha hablado de la mentalidad regionalista y reducida de sus habitantes, de la impronta puesta en la frente por la cordillera de los Andes, gigante rocoso con voz de mujer bravía, mujer iracunda y desenfadada que a la menor provocación arremanga sus polleras y muestra su sexo humeante. No tuvo amores ni hijos ni dioses, fue sí el albergue de los amores de otros, de hijos ajenos y de dioses extraños. Subió sus brazos para protegernos de la mirada inquisidora de otros (igual que Claudia protegió de miradas curiosas a Mauricio); pero a pesar de su celo no logró salvarnos.
Dentro de este ordenado abanico de paisajes, casi al medio de su exuberancia, queda Chillán, pueblo desnudo, enclavado en el valle central, como si necesitase sentir el mar y la cordillera alcanzables. Chillán debió hacer pactos con lunas hechiceras, porque a su alero han crecido infinidad de amores que a la luz de la mañana no pueden vivir, amores vampiros que al rayar el alba deben mantenerse en la oscuridad…”
MILITA BABILONICA, "EL CLUB DE LULÚ”
¿Qué más puedo mostrarte? ¿Con qué te encanto? ¿Qué te cuento?
Aquí nació Bernardo O’Higgins, llamado el Padre de la Patria, Director Supremo de Chile, hijo natural de Isabel Riquelme, noble de esta tierra, que prendó al Virrey del Perú sin importar los casi 40 años que los separaban.
Aquí nació también Carmen Arriagada que mantuvo por años una apasionada correspondencia infiel con el pintor Mauricio Rugendas, a quien conoció en una tertulia y amó hasta la muerte.
“La vida me la pasé
buscando una chillaneja.
Por los palacios pasé
miré detrás de las rejas
los ranchos examiné
desde el patio hasta las tejas
hasta que me la encontré”
PABLO NERUDA, "LA CHILLANEJA”
Aquí nació Matilde Urrutia, el gran amor de Pablo Neruda, su castaña despeinada, su fea, su chillaneja evidente, su cordillerana. Aquella que puedes encontrar en la poesía erótica más completa de Neruda, la que se ríe, burla la muerte y ama y no ama en los Cien Sonetos, la amante clandestina de tantos años, la amada visible del resto de los años de su vida.
Aquí nació Hilda May que enamoró a Volodia Teitelboim y fue detrás del amor de Gonzalo Rojas hasta París para flecharlo para siempre y traerse al poeta a vivir a esta tierra.
Aquí tantos y tantas que conjugan en todos los tiempos el verbo amar. Con tanta intensidad como inteligencia, saben del conocerse en otro, del vivir con otro, del crear con otro. Tantos que saben de hacerlo “a la chillaneja”: con violencia y con desnudez esencial.
Aquí nació Sara Richard, mi abuela, que a los 17 años huyó de Chillán con un locutor ecuatoriano que andaba de paso y que, casada a la rápida en la ciudad de Santiago, aprendió a vivir en Quito; pero volvió, porque ya decía Sergio que Chillán nos persigue.
Aquí nací yo también, y aquí ofrecí sexo y verdad para siempre. No fue suficiente entonces, quizás no lo sea luego; pero aquí sigo siendo “mujer de barro y pan caliente”.
Y ahora dame la mano y regresemos a la alfombra de la cual partimos, seguiremos paseando otro día, porque hoy nos toca ver una película llorona comiendo avellanas de monte...
CUENTO DOS
A LOS OJOS DE UNA NIÑA / Paulina Millas
No sabía bien a dónde iba. La curiosidad propia de su edad la hacia inquietarse cada vez más, aun así optó por callar y seguir atenta los consejos de sus padres. El bus seguía su trayecto de media mañana, y sentada en las faldas de su madre veía cómo las alamedas y sembrados se iban alejando en forma progresiva del horizonte, mientras que en opuesta proporción se asomaban caseríos desconocidos para ella: algunos más grandes, otros con sendas rejas, de diversos colores y formas. Atentamente seguía el tramo cuando ¡mira! un automóvil aparece desde el otro lado del camino; novedoso es, ya que no suelen pasar mucho de esos en el campo. Al rato aparece otro, y otro, luego dos más: un camión con frutas, un viejo Ford blanco, ``casi todos vienen de la ciudad´´ le dicen, ante la impresión de la pequeña.
Su corta vida transcurría en el campo, entre arboledas y predios nutridos de esfuerzo humano y bondad de la naturaleza. Ahí, con los pies embarrados, corría junto a sus hermanos, espantaba a las gallinas, acompañaba a su padre en paseos a caballo. Un mundo verde, mestizo de tierra húmeda, adobe, duraznos recién maduros y brotes tan bellos como anárquicos; vida sencilla pero de una calma envidiable.
Muy distinto entorno era el que halló al bajarse del bus, partiendo por un extraño pero simpático bullicio que le daba la bienvenida. Todo lo que había ahí le era nuevo, atrayente pero a la vez temible, por lo cual debía ir de la mano con sus padres. Avanzaban por Arauco, luego por El Roble, entre decenas de caras, carretas y motores. Ella seguía atentamente cada movimiento, cada sonido: el tac tac de las carretas al chocar con el pavimento, uno que otro bocinazo de las liebres (¡qué locura!); la multitud en el banco, ``la casa en donde se guarda el dinero´´, como le indicaba su papá. No dejaba de sorprenderse con la cantidad de niños aferrados a las faldas de sus madres, los señores de traje y sombrero impecables, los pregones de frutas y verduras frescas, artículos varios que se pavoneaban en las vitrinas de los emporios. Gente chillona aquí y allá, por un lado emergen los acordes de una guitarra solitaria, mientras que por otro boleros se mezclan con una música nueva y curiosa, rock and roll le dicen. Hay edificios con formas caprichosas, de los cuales penden avisos de vistosos colores que compiten entre sí por captar la atención del transeúnte, todo un monstruoso carnaval de comercio y cemento.
Seducida por los encantos de este entorno recién descubierto por sus ojos de preescolar, por momentos se soltaba de la protección paterna para tratar de internarse en esta selva, jugando a ser conquistadora de un territorio mágico, como en los cuentos. Pero el adusto ``ven ´´ de la madre da cuenta de su imprudencia: aún es muy pequeña para este mundo, deberá entrenar y aprender mucho para vivir en esta batahola urbana. Obedece resignada, pero llevando consigo la certera promesa de volver algún día: no como pollito en corral nuevo, sino como orgullosa reina dispuesta a brillar en éste, ``su ´´ espacio en el mundo.
(Tormenta reina)
CUENTO TRES
RACCONTO / Margarita Salazar
No volveré a vivir en Chillán…..salí de allí hace mas de 30 años…..ya tengo mi vida hecha, mi familia formada, mi historia……no volveré…….creo…..
Y aquí estoy….recién llegada recorriendo sus calles…..estableciéndome nuevamente en mi ciudad natal…..reconociendo sus añosas arboledas que decoran sus avenidas tratando de encontrar entre los rostros que pasan por mi lado, alguno que pueda identificar – además de mis familiares, claro - ….pero el tiempo no se ha detenido, los jóvenes deben ser hijos o nietos quizá de las que fueron mis amigas de infancia, mis compañeras de colegio, las vecinas de mi barrio…..si, …. .el tiempo no se ha detenido mientras estuve fuera.
Bueno, habrá que comenzar de nuevo a conocer Chillán me digo ….y mientras camino por aquellas calles que conocía y recorría de niña….algo pasa al llegar a una esquina… !! la esquina de la piedra !!, y me siento transportada en las alas de un corcel llamado Recuerdo y es en ese momento que el tiempo se detiene para mi…..y comienzan a fluir desde lo mas recóndito de mi ser, esas maravillosas tardes de juegos infantiles… cierro mis ojos, y en solo unos segundos recuerdo vividamente los lánguidos atardeceres, esperando que el abrasador sol de enero esconda su rostro, para comenzar a asomarnos cada uno desde las viejas casonas de adobe y reunirnos en torno a la piedra de la esquina…..la piedra…..nuestra mesa de juegos…..punto de reunión de todos los que hoy pintamos canas…. la piedra, que ya no existe…el progreso se la llevó para cubrir con cemento el polvo de aquella esquina…
Chillán….mi viejo Chillán….como alimentas mi espíritu y me llevas a recordar lo que pensaba olvidado…
Y sigo mi peregrinaje por esas callecitas, recibiendo en cada esquina, cual ramito de violetas de la canasta de un vendedor, el aroma de los recuerdos puros y felices de mi niñez….plena de juegos, donde la precariedad material y la poca tecnología existente, daban paso a una imaginación viva para crear juegos y entretención…..días a los que le faltaban horas para seguir jugando…. donde la palabra aburrimiento no formaba parte de nuestro lenguaje…
Chillán….mi viejo Chillán, …donde las duras capas del concreto que hoy cubre tus calles, no han podido borrar las marcas de un “luche avión”, el bailar zigzagueante de un trompo “cucarro”, o de un “pocito”, hábilmente fabricado por nuestras pequeñas manos para capturar ojalá a las mas hermosas bolitas de vidrio…esas….las “ojitos de gato”…para tener la colección mas grande de todos…
Chillán…mi viejo Chillán… que hermosa, alegre y sana niñez me diste…
Camino por la plaza…aquella….la de los grandes árboles que nos protegían del calor en verano y acompañaban nuestra caminata los domingos luego de la misa de 11, pero por mas que busco en ella, no logro encontrar los grandiosos castaños que la adornaban… los que cada invierno nos esperaban a la salida del colegio con el piso cubierto de cajetillas a punto de parir su carnoso fruto… !!! A vaciar los bolsones para recoger castañas !!!... .Era el grito de guerra luego de clases….para luego llegar a casa a calentar el cuerpo y las manos con un jarro de café de trigo….mientras esperábamos el plato de fondo: castañas asadas en el rescoldo de un brasero que temperaba nuestra casa….puedo sentir aún en el paladar el sabor y textura de las sabrosas castañas, con su color amarillo que nos decía que ya estaban listas para ser devoradas… mientras escuchábamos algún relato de fantasmas y apariciones que los mayores nos narraban para amenizar las lluviosas tardes de invierno….(o para que no quisiéramos salir cuando ya oscurecía)…
Chillán….mi viejo Chillán…. Que colmaste mi imaginación y forjaste mi carácter, hoy te rindo un homenaje sencillo desde el fondo de mi alma…
Llego a la esquina de la señora “Chela”….aquella que nos esperaba cada día camino al colegio con sus canastos llenos de albaricoques…rojos y verdes….y un paquetito de sal para condimentarlos….nuestra colación para el recreo….ah!!...y para aromar el pañuelo….que no se olvide de vendernos también un peso de flor de magnolia….amarillas, pequeñas….de intensa fragancia que renovábamos cuando ya tomaban un color café oscuro…ja, ja, ja…su grata fragancia llega a mi mente….como si fuera hoy…..pero fue hace tantos años…
No puedo terminar este recorrido sin contemplar los caquis, que aún existen en la siguiente cuadra…..cuadras de campo, como me dicen mis hijos…, exquisito manjar cuando los consumíamos maduros……un atentado al paladar y atoradores cuando insistíamos que maduraran desde la compra hasta la llegada al colegio, sin olvidar el enojo de la madre por las marcas que quedaban e los blancos delantales que usábamos como uniforme…
Chillán….mi viejo Chillán….que en cada esquina roma me vas regalando un manojo de recuerdos, que atesoro con amor y gratitud….para llenar la valija con lo único que tiene valor en la eternidad….los hermosos recuerdos de lo vivido…. los malos ya los olvidé, las amistades que cultivamos…la familia que formamos….las lecciones aprendidas, los talentos desarrollados…todo lo que componen mi equipaje… el sencillo equipaje… para mi ultimo viaje….
Chillán….mi viejo Chillán…..solo tuve que regresar a ti….para darme cuenta cuanto te
extrañaba…y lo importante que eres para mi. (Gita)
CUENTO CUATRO
DON JUAN, TODA UNA LEYENDA / Verónica Peña
-¿Cómo está? ¡Qué día más radiante! Tenga una jornada agradable.
El lento recorrer de sus pasos no dejaba en duda que ya los noventa y tantos años cobraban su peso. Sin levantar los pies al caminar, con la rectitud de un tronco que no pretendía encorvar, con un portafolio bajo el brazo, rumbo al trabajo se encaminaba diariamente don Juan.
¡Don Juan! Tras una cristalina mirada, de amplia y fluida sonrisa; tenía la palabra exacta y justa para decirla a tiempo.
-¡Exitoso día!
Como si sobre su iluminada existencia debía proyectar vida, vida y más vida; pero ¿quién nos dice si somos portadores de vida o de muerte? Pienso que es imposible controlar esa proyección de nuestra humanidad. De la muerte ya habló Whitman: “es inútil que trates de asustarme” y de la vida: “eres residuo de incalculables muertes”.
Siempre deteniéndose, aunque fueran unos segundos a brindar la sonrisa y el saludo.
-¡Temprano echo a andar los motores! Expresaba con alegría cuando se le increpaba por su temprana presencia en la calle.
-¡De otra forma cuesta salir a trabajar!
Le escuchaba atenta y me sobrevenía una reflexión ¿trabajar a sus años? ¡pero si he visto renunciar al trabajo a genta más joven, en plena vida útil; motivados al parecer por la impagable misión de criar, formar y educar a sus hijos; personas que voluntariamente han renunciado a su propia realización, a ser integrados activamente a la sociedad y excluirse de la competitividad que nos integra a este convulsionado mundo.
Sin embargo don Juan no decaía, y se le encontraba en lugares inimaginables. De esta forma llevaba las cuentas de las casa comerciales como misión y trabajo, pienso, auto-impuesto; pues ese era su deseo.
¡Cuántas misiones nos habremos autoimpuesto en nuestras vidas! Pero qué llevadero y ameno debe ser realizarlas con la calidad, constancia y valor de este ejemplo humano.
Siempre estamos quejándonos por nuestras contrariedades, por nimias que sean, nos crean un mundo de angustias internas. Con qué facilidad hablamos de depresiones, estrés, bajones internos y cómo desoímos a quién nos grita internamente: ¡tienes años de juventud, fortaleza, talento, salud, habilidad….!
No, al primer tropiezo nos caemos y levantarnos es todo un acontecimiento.
¿Por qué a mí? ¿Está será mi cruz? Y se recurre a algún medio para ayudarnos a la sobrevivencia; así empieza toda una seguidilla de intentos.
¿No sería preferible recurrir a estos ejemplos motivadores e inspiradores dignos de trascendencia?, ¡Si lo dice la sabiduría! ¿Por qué no escuchar?
-¿“Cuándo será el próximo encuentro de ex alumnos de nuestro colegio?, ya hablé con el organizador y quedó de llamar a reunión”
¡Si de su generación no queda nadie! Pienso que un reencuentro con las generaciones posteriores a la suya, le llevarían a revivir momentos plenos de gran alegría y espiritualidad; razones por las que, imagino, se esfuerza en reunir a sus ex camaradas.
En definitivas, escuchar a personajes longevos, detenerse frente a otras personas y perder, no; ganar unos segundos más de vida para intercambiar algunas palabras; ¿no podría ser el remedio a la incomunicada y vertiginosa vida que llevamos?
¡Qué admirable el valor de la sonrisa y la postura positiva ante la vida!
(Homenaje póstumo a don Juan Parraguéz)
Verosol
CUENTO CINCO
CHILLÁN 24 / 1 / 39. / María Eliana Carrasco
Algunas veces pienso que pudo haber sido el terror a lo desconocido lo que me hizo cambiar tan de repente, otras veces creo que fue el correr incesante de las estrellas en la bóveda tan oscura como no la había visto nunca, o el lamento de los animales a lo lejos o el graznido adelantado de los buitres. No, no puedo precisarlo, sin embargo así comenzó todo.
De las pesadillas se despierta, me repetía una y mil veces mientras escarbaba entre los escombros al lado de mi madre, sin saber a ciencia cierta qué buscaba ella. Mis manos aún temblorosas por la maldita noche se acomodaban a su ritmo acezante a pesar que la piel reclamaba dolorosa.
De pronto mamá se detuvo, algo la dejó paralizada como una estatua de sal, recordé aquel pasaje de la biblia que tanto me había asombrado allá en el colegio, pero que ahora me dejaba sin sangre en las venas y con los latidos que se repetían de dos en dos, inquietantes, demasiado rápidos. Supe entonces que todo había sido cierto, que no volvería a despertar para encontrar las cosas intactas, como antes, como siempre.
Quise saber lo que pasaba, al fin y al cabo mamá me había llevado para ayudarle en su tarea indescifrable. Con ternura húmeda me cogió la cara, resbaló su pena por las mejillas y me acurrucó en su falda olorosa a tierra. Vámonos de aquí, dijo, ya encontré lo que buscaba. Su voz me pareció resignada, tal vez lo que encontró la dejó así, o quizás fue alivio frente al hecho de no seguir removiendo entre los escombros.
La tarde de ese día caluroso e irrespirable se arrastraba entre lamentos y quejidos que venían de cualquier parte. El aire se había apoderado de esas voces, las había hecho suyas y las trasmitía de tanto en tanto.
Desde ese día las mañanas ya no fueron las mismas. Antes despertábamos con el delicioso abrir de ventanas y el aire perfumado que venía desde el jardín. Ahora dormíamos bajo el naranjo que estaba en el centro del patio, pero en nuestros juegos yo no cabían las carcajadas ni la alegría, sólo cuchicheábamos debajo de las frazadas y nos buscábamos los pies para espantar el miedo. Hablábamos en murmullos, como si la voz se nos hubiese quedado enterrada bajo la casa destruída. Sólo la ternura se deslizaba de vez en cuando sobre nuestra pena con una caricia aletargada o un roce de las manos de mamá por los cabellos desordenados.
Papá se encargaba de ordenar lo imposible y de cavar un pozo profundo ayudado por dos muchachos que nunca supe de donde vinieron, pero que tenían brazos fuertes y, a poco andar, lograron llegar hasta una profundidad que me pareció increíble.
¡Agua! ¡Agua! Sentimos gritar a papá una tarde que estábamos jugando con los elementos que estaban allí frente a nuestras manos y a los que tratábamos de dar una forma lo más parecido a una casa.
Del pozo salió agua de verdad, clara, sin sabor a tierra como la que nos daban a gotas los días que siguieron a esa maldita noche.
Algo sucedió esa tarde, a mamá le brotaron las sonrisas que se le habían escapado, papá nos abrazó uno por uno deteniéndose en cada abrazo. Luego llenó un balde y nos dió de beber. Recuerdo que el líquido estaba fresco, limpio. Me llenó por dentro de una esperanza nueva, una esperanza que hablaba de mejores tiempos y me hizo saber que la vida continuaba.
Una larga fila de sedientos chillanejos llenó de algarabía nuestros días y entre el batir del agua en el fondo del pozo comprendí que muchas cosas suceden de este modo, cuando uno menos lo espera, cuando la oscuridad nos ha nublado los ojos y las manos se cruzan sobre la falda en un gesto inútil.
Hoy, después de tantos años he vuelto a sentir aquel temblor de tierra y espero un milagro como el de papá allá en nuestra casa de Chillán. Se que la destrucción ha sido demasiado grande, sin embargo al recordar esa noche vuelvo a encontrar entre los pliegues de mi delantal de colegio esa experiencia vivida hace tantos años y que, a pesar de todo, estuvo pintada de esperanza.
Tal vez se repita, nunca se sabe.
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