De un tiempo a esta parte, me vi involucrado en la busca sistemática de fantasmas, de aquellos recuerdos olvidados por el paso del tiempo; me vi caminando por calles viejas que encerraban miles de cuentos de hadas. Mi memoria, un tanto fragmentada, la necesitaba para anclarme positivamente en mi reconstrucción. / chillanantiguo@gmail.com
sábado, 3 de julio de 2010
CHILLÁN ANTIGUO a propósito de:
En algún instante empezó todo, sin darme cuenta estaba convirtiéndome en una especie de guardián de nuestros fantasmas; aquellos que están presente en las plazas, el mercado, en las avenidas viejas, en los adoquines faltantes , en los rieles de los tranvías tapados por el asfalto, en las palmeras de la plaza, en las piletas de mármol, en los castaños de la avenida Collín, en el ruido tranquilo del paso de las carretas, en el bullicio juvenil de la Quinta Agrícola y los ignorados de esa noche de verano cuando la tierra tembló.
Han pasado cien o quizás cincuenta años en que lloré con la cara apoyada a el vidrio trasero, sin que nadie lo notara; hoy he vuelto y abrazo el viento y llegan a mi las voces guardadas en los arboles, y he empezado a desempolvar muchos recuerdos, imágenes que llegan, papeles, fotos, olores; ordenar el rompecabezas que tan fácilmente un día desordenaron. Son las imágenes del albúm donde quedé ese día cuando había que partir. Tenía mucho miedo de no encontrarme con mis imágenes, mis olores; de ese reconocerse en los detalles que la memoria conserva y caminar silencioso para no ahuyentar ningún fantasma. No vengo ahuyentar a mis fantasmas, tengo la misma edad de mis muertos.
Cuando pasaba por estos parajes nunca pensó el mariscal Martín Ruiz de Gamboa que ese año de 1580, fundaría una ciudad que estaría enclavada sobre una estructura tectónica de fines del Período Terciario. Una seguidilla de catástrofes naturales con intervalos de 80 a 120 años fueron dando forma al carácter del chillanejo que por generaciones fue templando su herencia genética. No es casual que cuando el reposo de dos generaciones ya empezaba a tornarse en una eterna siesta provinciana, un nuevo rugir de la tierra nos despertaba.
1835 y 1939 son dos años que marcan unos nuevos comienzos de Chillán; años traumáticos, donde todo cambia, la fuerza se impone; el primero un traslado físico, un nuevo emplazamiento ante la destrucción producto del terremoto de 1835. La ciudad de Chillán quedó destruida a tal nivel que fue necesario construirla nuevamente en un sector aledaño a petición de los propios habitantes. A partir de este terremoto es que hay dos Chillán: el viejo y el nuevo. Y el de 1939 la destrucción completa por otro devastador sismo, el que marcó un hito en la historia de Chillán debido a los asoladores efectos que prácticamente no dejaron piedra sobre piedra. Cinco minutos duró la tortura, pero tan solo 90 segundos fueron suficientes para poner de rodillas a la ciudad.
Estamos hablando de cosas que inevitablemente perdimos, vidas, recuerdos, arquitectura, patrimonio tangible e intangible y actualmente lo que va en proceso de extraviarse, cosas con las cuales debemos tener cuidado, porque de lo contrario se corre el riesgo de caer en el vaciamiento de nuestras marcas identitarias.
La búsqueda constante de ignorados rastros y miradas fortuitas, el sondeo en las calles y pasajes en los barrios de la ciudad, una suerte de viaje hacia atrás,” fragmentariamente hablamos de un regreso hacia lo profundo, una epifanía que se dispara desde lo sublime, como cuando salimos en medio de la lluvia a destilar el invierno, los contornos que las sombras murmuran.
El ofrecimiento es una panorámica de nuestra ciudad, de nuestro Chillán, y la óptica, la perspectiva dice relación con la recuperación de un algo que todavía nuestras calles y fachadas acusan, la insistencia necesaria que debemos asumir, como para que la memoria, el arte, la vida puedan continuar haciendo las indescriptibles diferencias con el mundo contemporáneo.
Todo aquello que se oculta con la mirada cotidiana pero que forma parte del marco referencial, de la matriz, del imaginario en el cual nos desenvolvemos, nos pueda permitir a re-descubrir una ciudad nueva, con todo lo efectivamente reconocible que hemos amado siempre.
En esta aldea globalizada, del primer decenio del s. XXI donde la interconexión humana a escala global, generada por los medios electrónicos de comunicación ha transformado este en la democratización de las comunicaciones al permitirnos no solamente informarnos mejor sino que además interactuar en términos personales con muchas personas y organizaciones que antes eran de más difícil acceso.
Al decir de Marshall McLuhan "lo que no está en los medios no existe", entiendo ahora un fenómeno que a muchos nos pasa: el encontrar en Facebook, una herramienta de “trasvasije de información”, donde la horizontalidad de la información y del conocimiento le pone un pie a las jerarquías que mañosamente conservaban hasta ayer esos templos del saber.
Dentro de este contexto, nace en el portal Facebook, el grupo Chillán antiguo, grupo que fué concebido con la finalidad de la recuperación patrimonial de lo tangible e intangible de nuestro Chillán. Entre sus objetivos es interactuar con las informaciónes gráficas (fotos), y entablar o formar una intra-historia, aquella no oficial, la de la memoria emotiva; aquella que nos transmiten nuestros pares, aquella que queda en un rincón y nadie de los historiadores oficiales les interesa. Interactuar en las conversaciones e ir enriqueciéndonos con aquello que ya se fue y forma parte de nuestro acervo.
Este grupo tiene como único objetivo conservar nuestro paisaje, provocar en los integrantes un instante de reflexión y poder anclarnos positivamente en nuestra propia reconstrucción.
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Falta consignar la gran contribución a la ciudad de chillán de esos años de don Emilio Mazzi Martignoli y a posterior de don Amable Chico Cohen.
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