sábado, 3 de julio de 2010

El patrimonio urbano y arquitectónico constituye una manifestación de la memoria colectiva, que testimonia la producción cultural heredada.

No hablaré del rescate de nuestro patrimonio, porque de ello se ha hablado en damasía, con ecos o sin ecos, con acciones o sin acciones, un tema recurrente de los políticos y autoridades, pero que en la praxis nos quedamos solo en ello.

El patrimonio urbano comprende las edificaciones y los espacios públicos cuya forma constitutiva es expresión de la memoria colectiva, arraigada y trasmitida, los que en forma individual o en conjunto, revelan características culturales, ambientales y sociales que expresan y fomentan la cultura y el arraigo social. Considerando que refuerzan la identidad de las ciudades y barrios, su protección y recuperación constituyen un imperativo para el fortalecimiento de la identidad y del sentido de pertenencia e integración social de la comunidad con su barrio y la ciudad.

El patrimonio urbano y arquitectónico constituye una manifestación de la memoria colectiva, que testimonia la producción cultural heredada.

Si bien remite al pasado, también contribuye en el presente a conformar identidad en los ciudadanos y a desarrollar un sentido de pertenencia que una comunidad comparte en un espacio histórico y simbólico. Que es el barrio, ese barrio del almacenero, de la botica, de la iglesia de la plaza contigua y de la memoria que se va construyendo de a poco y va quedando como resabio en “nuestras retinas”.



En tal sentido, cómo conservarlo, de qué modo intervenir sobre él y bajo qué premisas hacerlo resulta muy engorroso en los tiempos en que vivimos, donde el progreso y el mercado han tomado un protagonismo cruel con nuestra memoria.

Memoria que fue de cuajo mutilada un 24 de enero de 1939, con un terremoto que dejó toda nuestra ciudad en el suelo, sólo 5 a 6 edificaciones quedaron en sustento, y fueron las de reciente construcción las que quedaron en pie con las modernas técnicas del Bauhaus que recién llegaba a nuestra zona.

Ante tan fuerte mutilación, sobrevivió la construcción de barrio, aquella construida por los albañiles de mandiles prácticos donde su impronta creativa quedó de manifiesto en los barrios de Chillancito, Santa Elvira, Río Viejo, Villa Alegre, Ultra-estación y algunas calles de la ciudad de las cuatro avenidas.
Fue el comienzo de un nuevo Chillán, un Chillán donde quedaron, yo diría “los valientes”. Y sobre el dolor y miles de fantasmas se reconstruyó esta ciudad que ahora con nostalgia lo que no destruyó el terremoto lo hace el siutiquerismo del modernismo.

Chillán no es Valdivia, Valparaíso, Serena, Coquimbo ni menos Santiago, ciudades emblemáticas de Chile donde la incursión de los diferentes estilos arquitectónicos hacen una perfecta melodía con lo moderno y donde los estragos de un país telúrico pareciera no haber sido tan cruel. Permitiendo la sobrevivencia de hermosas construcciones que a la par de las nuevas políticas implementadas en los últimos tiempos ha logrado el rescate patrimonial en forma exitosa.

Chillán fue destruida 5 veces, como dato histórico 1598, 1751, 1835 y 1939. Por fuertes terremotos diezmando la población y provocando la emigración a las ciudades capitales del país. Estamos hablando de cosas que inevitablemente perdimos, vidas, recuerdos, arquitectura, patrimonio tangible e intangible y actualmente lo que va en proceso de extraviarse, cosas con las cuales debemos tener cuidado, porque de lo contrario se corre el riesgo de caer en el vaciamiento de nuestras marcas identitarias.


La búsqueda constante de ignorados rastros y miradas fortuitas, el sondeo en las calles y pasajes en los barrios de la ciudad, una suerte de viaje hacia atrás,” fragmentariamente hablamos de un regreso hacia lo profundo, una epifanía que se dispara desde lo sublime, como cuando salimos en medio de la lluvia a destilar el invierno, los contornos que las sombras murmuran.”

El ofrecimiento es una panorámica de nuestra ciudad, de nuestro Chillán, y la óptica, la perspectiva dice relación con la recuperación de un algo que todavía nuestras calles y fachadas acusan, la insistencia necesaria que debemos asumir, como para que la memoria, el arte, la vida puedan continuar haciendo las indescriptibles diferencias con el mundo contemporáneo.

Todo aquello que se oculta con la mirada cotidiana pero que forma parte del marco referencial, de la matriz, del imaginario en el cual nos desenvolvemos, nos pueda permitir a re-descubrir una ciudad nueva, con todo lo efectivamente reconocible que hemos amado siempre.

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