lunes, 21 de febrero de 2011

CUENTO (tema terremoto de 1939)

CUANDO EL SOL SE OCULTO COMO UN ENORME GLOBO ROJO
Autor: Ángel Hernández

“Esta noche va a ocurrir algo muy malo, el sol se ocultó como un enorme globo rojo; no recuerdo haberlo visto así en toda mi vida”. “Don Cheque” había llegado a “Los Varones” en uno de los enganches, en tiempo de verano; y aquí se había quedado. Cuando envejeció, lo pusieron al cuidado del inmenso bodegón, de altos y macizos muros de adobes, donde año en año se guardaban las cosechas. Estera su lugar de trabajo y también su casa: un pequeño cuarto próximo a las pesebreras. Donde dormían por las noches algunos terneros, como el “Clavel” y la “Copito de Nieve”, nacida apenas unos días atrás.

Como había avanzado el mes de enero, a las casas de la administración habían llegado numerosos veraneantes; los más pequeños se entretenían en correr a tres pies, juego que descubrieron agregando un tercero, consistente en un palo que, tomándolo con ambas manos, lo intercalaban al correr, produciéndose al oído un fabuloso galopar, distinto al de los animales conocidos. Toda la tarde, Carlos y Felipe recorrieron los amplios patios en una singular entretención, hasta terminar rendidos al anochecer.
Las once y media de la noche los sorprendió sumidos en un sueño profundo; ambos hermanos compartieron una misma cama que les habían improvisado en el dormitorio de la mamá. Carlos estaba sudoroso y muy inquieto; él, veía su rostro angustiado, reflejándose en el espejo de un gran ropero que empezaba a moverse por si solo y que la oscuridad estaba atrapando unas llamas siniestras que amenazaban quemarlo todo. El enorme espejo colapsó, estallando en estruendoso impacto; el niño se cubrió con ambas manos al verse herido y expulsado por el aire en una lluvia de pequeños cristales dispersos, que se fueron desintegrando hasta desaparecer absorbidos por la oscuridad; los muebles se arrastraban con violencia, sin que alguien los tocara. Era una hoguera movediza que alumbraba unos rostros desesperados, unas bocas doloridas que imploraban misericordia; y ojos intensamente abiertos que ya nada podían distinguir en medio de ese infierno, donde todo se estremecía en la más completa confusión de quienes luchaban por escapar, sin encontrar una salida; voces indescifrables y lastimeras se ahogaban en la furia de las llamas que ahora trepaban por los cortinajes. Los muros empezaban a ceder; las cornisas de alto cielo raso, que ofrecían resistencia a estos muros, terminaron por desprenderse en un instante de terror, cuando unos gritos de angustia parecían provenir desde el centro mismo de la tierra, la que en su corteza se partía en numerosas y profundas grietas, enormes; cortando caminos, destruyendo puentes, desolando ciudades sumidas en el dolor.

El reflector de una linterna que la madre, con desesperación hacía girar por todos los rincones de la pieza, mostró la puerta aprisionada con el gran ropero incrustado en ella, sin permitir la salida de toda la familia que se había concentrado allí, buscando un acceso que les permitiera salvar sus vidas. Los dos niños aún no despertaban, no obstante que el reflector les había inyectado sobre sus ojos cerrados el fuego penetrante de su luz; y desde afuera el ruido ensordecedor de un gigantesco derrumbe, llegaba a sumarse a una tensión muy difícil de soportar. El espejo se encontraba desintegrado en un piso que reflejaba múltiples luces en todas direcciones. La evacuación se efectuó por fin, escalando una pequeña ventana, logrando toda la familia ponerse a salvo.

Ya en el patio, amparados por uno de los árboles más frondosos, sobre unas mantas y frazadas, que en acción temeraria alguien rescató desde el interior, se aglutinaron conmovidos, en una angustiante espera del nuevo día. El cielo estrellado del anochecer, se había ocultado tras una inmensa nube grisácea que se había elevado desde el sector de la gran bodega, la que ahora no se veía, porque al parecer el espesor de la nube era tan inmenso que todo lo cubría.

Al aclarar el alba empezó a quedar en evidencia toda la magnitud de la catástrofe. La nube se estaba disipando y una extensa mole de escombros emergió a la vista consternada de la madre, aún en vigilia del sueño tan perturbado de sus pequeños; con mucho asombre, pudo distinguir a la distancia dos siluetas de vacuno hurgueteando con vehemencia sobre los establos aplastados por muros destruidos, por maderas en brutal desorden, por planchas de zinc que se agitaban chillando con la lentitud de la brisa del amanecer; observa que, desesperadas se alejan del lugar, mugiendo doloridas, como buscando auxilio; regresando insistentemente en carreras sucesivas, que al ído de carlos, quien ahora tenía los ojos muy abiertos, las estaba sintiendo, del mismo modo que con su hermano las habían sentido al correr en tres pies, en esa última tarde en que “Don Cheque” les anunció que por la noche iba a pasar algo muy malo. Siente se correr misterioso una y otra vez, lo ubica lejano, al mismo tiempo que está oyendo también lastimeros bramidos y un sonar estruendoso de latas de techumbre que se estrellaban en la obstinada búsqueda. El niño sin duda estaba ahora despierto, no se movía y sus ojos inanimados nada parecían expresar, porque no estaba seguro si lo que ahora escuchaba era la realidad o tan solo sueños que le estaban interfiriendo su razón. Una nueva réplica hizo ponerse a todo el grupo en guardia; pero Carlos casi no tuvo noción de ello, porque estaba ensimismado en ese correr tan enigmático; lo sentía con toda nitidez; sosteniendo el aliento, lo auscultaba, cuando se acercaba más y más a ellos; hasta rodearles muy de cerca, para alejarse nuevamente. Luego, otra vez el silencio, los bramidos inútiles, los ruidos estruendosos de las latas, por ese afán desesperado de unas madres que ya nada podían hacer por el rescate de sus crías, atrapadas por los escombros.

El niño notaba que su hermano menor ya no dormía; que al igual que él se encontraba despierto o tal vez soñando, como pudiera encontrarse él mismo en ese instante; nada estaba claro, porque el sueño se había convertido en un estado irracional, confuso, infinitamente extraño; y la noche es una pesadilla interminable. Observa la casa rodeada de galerías, desde donde los habían rescatado durmiendo; se encontraba dañada, con rumas de tejas destrozadas en el suelo, mezcladas con la quebrazón total de los vidrios; pero estaba en pie, no había señales en ella de incendio alguno, lo que aumentó en él su inquietud en el plano conceptual de la palabra realidad.

Llegó por fin la mañana; los dos niños se encuentran aparentemente conscientes, se miran, pero sus ojos serenos no parecen expresar nada; era probable que ambos no se atrevieran a revelar su secreta verdad, porque a los diez o a los siete años, no era bien mirado el sentir miedo entre los niños. Ellos no olvidaban las últimas palabras que le habían escuchado a “Don Chepe”; lo esperarían, para comentar con él su vaticinio sobre el enorme globo rojo, cuando apareciera con la leche recién ordeñada de sus vacas regalonas: de la madre de “Clavel” y de la “Copito de Nieve”.

“Don Cheque” no llegaba; ya estaba demorando demasiado, pero lo seguirían esperando. El aire estaba todavía enrarecido, por lo que ellos no han reparado en lo que ocurrió en la gran bodega, con las pesebreras, ni con el cuarto de “Don Cheque”.
Tres hombres apesadumbrados, se aproximan desde ese lugar, portando un bulto sobre un carrito de ruedas; los niños no se dan cuenta de que se trata, porque lo cubre una colcha muy sucia, como si un muro de adobes se hubiera derrumbado sobre ella.

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