El tiempo es el paso fugaz hacia el olvido, pero hay hechos que dejan marcadas huellas en la senda de la vida, donde ni la fuerza oscura de la ingratitud logran aplacar el grito de la historia proclamando nombres que han quedado prendidos en el seno de la tierra y que olvidados por las nuevas generaciones de profesores, este bello recuerdo de heroísmo y fuerza puede quedar en el olvido.
Rescato en este texto, gracias a la sra. Miriam Pérez, una historia nuestra, de ese Chillán fundacional con toda su bravura e incertidumbre. Chillán, como mudo testigo, guarda dentro de sí las gestas heroicas de hombres y mujeres que sin importar condición ni clase se lanzan en la empresa tenaz de luchar ante lo invencible y lograr lo que para algunos parece imposible.
Esta fue la actitud de una mujer tan bella como valerosa; a quien ni la sombra brumosa del miedo, ni el grito sediento de sangre de los indios la inquietaron para luchar por el suelo donde con altivez y arrogancia alzaba su esbelta y gentil figura de mujer. Ella, es, sin duda, doña Ana María de Toledo Mejías.
Hace ya alrededor de más de cuatrocientos años, cuando Chillán recién comenzaba a levantar sus pilares débiles y crujientes, cuando florece la gesta heroica de esta intrépida mujer.
La pequeña Villa de San Bartolomé de Gamboa, nombre inicial de la ciudad de Chillán, fue desde su fundación, en 1580, el blanco cabal del ataque de los indios comarcanos conocidos como “Los Chiquillanes”, quienes se empeñaban en destruirla y alejar a quienes perturbaran la paz de sus tierras.
Los intentos de los chillanejos se hicieron estériles, ante la fuerza arrasadora de estos belicosos enemigos, por proteger al pueblito, hasta que finalmente destruyeron y arrasaron con la floreciente ciudad.
Alrededor de dos mil indios cayeron sobre el pequeño poblado, protegidos por las sombras de la noche del 13 de septiembre de 1598. El ataque fue sorpresivo y bién planeado, entraron al pueblo enardecidos con esa furia persistente de los indios, esgrimiendo sus lanzas en una vociferación aterradora.
Los despreocupados habitantes al dar cuenta del asalto, que no esperaban, cogidos por el miedo no osaban defenderse y habrían huído con sus esposas e hijos pues bien sabían que sus atacantes eran temibles.
Pero, en medio de la penumbra que envolvía con amenazador misterio al pueblo a esas horas de la noche, en esos instantes de crucial indecisión, surge la voz altiva con radiante tono de doña Ana María de Toledo, quien dejó caer sus palabras de animación, como una fuerte descarga eléctrica e iluminó con la intensidad de un rayo la mente de aquellos hombres y mujeres para que se entregaran con alma y cuerpo a una lucha de justa causa.
En todos los sitios se combatía con ardor; y pudo verse con que valentía y arrojo doña Ana María se batía cuerpo a cuerpo defendiéndose de sus enemigos; ella no podía ser menos en una empresa tan cabal…No tuvo tiempo en ese instante para ver su condición o clase, porque cuando hay nobleza en el alma se olvidan los refinamientos para entregarse a una causa más profunda y grandiosa. Ella sabía que en ese instante la muerte era probablemente quién la visitaba, pero a ella nada podía intimidarle. Al verse gravemente herida e imposibilitada para seguir luchando, cogió a su pequeña hija y junto a ella se posesionó de una choza, y allí, ante la mirada compasiva de las estrellas, y arrullada en la oscuridad de la noche, prendió fuego a la choza y se abrazó a la hoguera que la envolvía, con el mismo calor que ella había hablado a los hombres de su pueblo; se abrazó al ardor de las llamas; ese ardor con el cual ella luchó con integridad, evitando así la deshonra de caer prisionera.
Allí…en medio de la noche fue consumiéndose por las llamas la pequeña villa; mientras sus asaltantes se alejaban llevándose un abundante botín.
Hay hechos históricos trascendentales que se quedan en el lugar glorioso del suceso, siendo sepultados por el paso efímero del tiempo; pero este no es el caso de doña Ana María de Toledo Mejías.
Este ejemplo de valor fue seguido por sus hermanas quienes llevaban el sello de la nobleza en su alma y lucharon con valor en defensa de un pedazo de tierra. La historia no ha olvidado los nombres de estas ilustres mujeres, que fueron doña Aldonsa, doña Leonor y doña Bernardina de Toledo Mejias.
Así fue la primera destrucción de Chillán, siendo un pequeño poblado, demostró desde sus inicios ser una tierra próspera; una tierra de la cual nacerían los frutos que madurarían más tarde, obteniendo cosecha provechosa de hombres y mujeres ilustres que marcarían un hito en la histórica generación de la ciudad.
Tal es la gloria que destaca a esta mujer chillaneja, que la historia de la ciudad debe recordar siempre.
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