Este relato escrito en la prensa local, por el Dr. Exequiel Rodríguez,
y que hoy traigo del pasado con el cariño y el respeto de siempre;
nos ilustra un fragmento de nuestra historia, que hermanada a las vuestras
podemos ir compaginando diversas miradas.
Quizás una de las misiones de la vida sea esa....
la búsqueda de esas miradas que nos faltan.
Maximo Beltrán Fuentes
(Diario La Discusión - abril de 1920)
Aparte de esto, sus recuerdos sobre la época de la Independencia eran vagos y confusos cuando yo la conocí (1904). No conoció a O`Higgins, aunque es presumible que lo viera alguna vez como niño, antes que su padre lo enviara a Inglaterra; pero recordaba una familia de apellido Riquelme “que vivía de la plaza para el norte” y de la cual su madre fue lavandera durante algún tiempo.
No iban mucho más allá sus recuerdos de la época colonial. De Carrera sabía muy poco, y probablemente lo confundía con algún otro jefe, pues decía que “había peleado contra los indios y contra los Pincheiras”.
Del terremoto del año 1835 conservaba recuerdos más claros. En esa época ella tenía ya cuatro hijos y esperaba el quinto…Y en cuanto al traslado de la ciudad al sitio que hoy ocupa, decía que la gente no quería abandonar sus sitios en el pueblo destruido y que sólo consintieron trasladarse cuando una imagen milagrosa que había en San Francisco se vino sola una noche a la ciudad nueva, para darles a entender que todos debían hacer lo mismo…(estrategia de la iglesia y autoridades para concientizar al pueblo)
Doña tecla vivió siempre en Chillán viejo, aunque tenia en Chillán nuevo relaciones que la estimaban mucho y a las cuales visitaba con frecuencia. Hacia el viaje siempre a pié, apoyada en un tosco bastón y deteniéndose con frecuencia a tomar descanso. Generalmente traía de regalo a sus amigos un paquete de cerezas o brevas, o un melón o una sandía, y al hacer entrega de él declaraba:
-Me costó una chaucha, señora.
Con lo cual ya se sabía cuánto había que retornarle.
Por lo demás sus visitas eran silenciosas y prolongadas. Pasaba horas enteras haciendo rayas en el suelo con su bastón, sin hablar, ensimismada, como si soñara con cosas lejanas. Un respiración fuerte como de persona cansada de una larga marcha agitaba la piel apergaminada de su pecho siempre descubierto. Y de repente interrumpía su silencio con frases extrañas, que parecían la continuación de sus pensamientos o de sus ensueños.
Cuando el profesor de la Escuela Normal D. Nicetas Krziwan, quiso tomar su retrato, ella se resistió en un principio; pero de pronto dijo:
-No hay más que una estampa de Santa Tecla, y está en Santiago, será bueno hacer otras.
Y se colocó ante la máquina fotográfica. Retratos y estampas de santos eran para ella más o menos lo mismo.
Murió en 1908. Vio, pues la luz de tres siglos, como escribió con mucho acierto e ingenio el profesor Krziwan al pié de su retrato. Y murió creyéndose joven, pues la víspera de su muerte, al saber que una señora a quien visitaba había tenido un niño, se le ofreció como ama de cría, asegurando que “siempre había tenido buena leche”.
Descendiente de María Teca debe haber todavía en el bajo de Chillán Viejo, y no sería difícil encontrarlos.
Dr. Exequiel Rodríguez (1920)
Interesante relato.
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