ZILEY MORA
Publicado el 24 de junio de 2019
Diario La Discusión
No nos
enredemos: en su fondo es lo mismo, y lo importante es celebrarlo. Lo único que
cambia es el contexto interpretativo dependiendo la cultura del celebrante. Lo
que importa es abrirse y bendecir la energía -la luz solar- que se renueva en
cada solsticio de invierno. Claro, uno es la celebración mapuche del Año Nuevo
y la otra una estrategia criolla-católica para seguir siendo los chilenos
“hombres y mujeres de la tierra”. A inicios de la Colonia, la noche del 21
astutamente se hizo coincidir con la noche del 23 para que la fiesta del we
tripantu pasara “piola”.
Arte Máximo Beltrán
El sol
comienza a nacer tímidamente y empiezan a alargarse los días: las sombras
avanzan “una pata de gallo” cada día, decían los antiguos kimche, a partir de
esa noche del 21. En este nuevo período, la Tierra comenzará a limpiarse con el
agua que envía la Füta Newen (“La gran Energía”) a través del Ngenko (‘el
espíritu del agua’), humedad que junto al leve calorcito del sol, provocará el
nuevo ciclo de preparación del suelo, preparándose la Naturaleza para otro
ciclo. Esta noche se dejaba una rama de canelo dentro del muday (en el Ñuble de
los campos, una ramita de ajenjo y romero dentro del vino) todos se bañaban muy
al alba, justo cuando las Pléyades o “las Cabrillas” impregnaban de salud
máxima a las cascadas y esteros. Fiesta para todos, puesto que toda la Tierra
se beneficia del Sol, que es el padre que aporta, a través de su energía
masculina (opuesta y complementaria a la Tierra femenina), para que se
produzcan alimentos para todos los seres vivos, no solo a los humanos.
Por tanto,
el We tripantu, el Año Nuevo mapuche, es una fiesta de agradecimiento por la
vida que se renueva. Se dialoga con el Sol, y se está contento de que vuelva, y
con él los humanos -y todo lo que tenga vida- sienten que vuelven a crecer.
Durante este día -y hoy Ud. y todos podemos volver a hacerlo- de preferencia se
comían huevos, y se renovaba el ajuar: se tiraba la ropa vieja para que se la
llevara el agua y se lucía una prenda recién tejida. Para llamar lluvia y no
sea un año seco, se danzaba a pie descalzo, para así, además, tomar el rocío
poderoso por la planta de los pies y hacer comunicación entre el cielo y la
tierra. Porque somos conectores, con ayuda del kultrun que sigue el ritmo del
corazón en dos tonos, uno más lento y constante y otro más rápido, lo humano se
sintoniza de nuevo con el pulso del Universo.
Arte Máximo Beltrán
Nuestro
We-tripantu mapuche, de a poco fue siendo complementado por otras costumbres,
entre esas, la de azotar los árboles infértiles y que la mujer los defienda.
Resultado, tal como yo lo viví en mi infancia, el naranjo o el peral que nunca
daba ese verano se llenaba de frutos. O el verse la suerte la noche del 23 de
junio, el oráculo de colocar tintas en un papel, pelar papas de tres maneras,
poner los pies en un recipiente con agua y mirarse al espejo y allí ver cómo
viene el año. ¿Muy “volado” o demasiado supersticiosas estas campesinas
prácticas? Muy relativo, dado que este moderno mundito del auto o del celular
que creemos estar viviendo, la circunstancia visible, es apenas una pequeñísima
rebanada de la realidad. Solo percibimos un porcentaje de 1 en 10 billones del
espectro electromagnético, por citar so lo un ejemplo. Nuestro sensorium es
suficiente para movernos en nuestro ecosistema, pero no más, dado que el 99.9%
de los átomos están constituidos por espacio vacío. Y el 96% del universo es
invisible, está compuesto de materia y energía oscura, mayormente desconocida
para la ciencia. Por eso quizás, antes, con la mente limpia del basural
tecnológico, podíamos ver la Flor de la higuera blanca que esa noche recorre
toda la mata, y que como Santo Grial hace digno del Cielo al que la ve.
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