Juan Ignacio Basterrica Sandoval
Corporación Patrimonial Chillán (e.f.)
(ref. Libro Arquitectura de la Memoria Chillán Antiguo, 1a edición agosto, Editorial Patrimonio, Chillán - Chile)
“…En Chile también hay terremotos. Y muchos. Cada Presidente tiene el suyo. Las ciudades carecen de edificios antiguos. ¿Dónde están los cuatro siglos de Santiago? No se ven. Los temblores lo impiden. Pero ¿forman parte los remezones del modo de ser nacional? En absoluto. El chileno los recuerda mientras duran. Después los olvida. No figuran en el folklore nacional, ni los escritores se refieren a ellos ni los poetas los han cantado ni maldecido. ¿Dónde están entonces, en la psicología del país? Porque, evidentemente, en alguna parte deben estar…” Horacio Serrano Palma. El Mercurio, 14-4-68)
De la lectura de este fragmento escrito a propósito de la característica telúrica de nuestro país y especialmente nuestra ciudad, podemos tal vez explicar el fenómeno del desarraigo patrimonial que siempre nos ha caracterizado en el momento en que debemos optar por preservar o destruir nuestros elementos arquitectónicos mas emblemáticos. Ocurre que al parecer nuestra tierra es de contrastes fuertes entre las fuerzas naturales y las fuerzas del deseo humano. Pareciera ser que cada vez que nos enfrentamos a estas catástrofes naturales, con toda la destrucción y muerte que ello ha significado, con posterioridad se produce un verdadero trauma psicológico social que hace que los habitantes quisieran olvidar esa amarga lección de la naturaleza. Se produce una negación o más bien un bloqueo de esa etapa, una especie de luto mal llevado que hace que se reniegue de los recuerdos. Florece así de los escombros una nueva ciudad que tiene en si el estigma de una próxima destrucción. Ha pasado muchas veces en nuestro querido Chillán tantas veces mutilado. Aparece también el trabajo de sus habitantes, en una laboriosa carrera por levantar y construir una nueva ciudad que satisfaga necesidades pero que olvida el pasado. Pero una vez que esa nueva ciudad se ha levantado y goza del periodo de tranquilidad ausente de catástrofes que la tierra nos concede, en algún lugar de la casa, entre las cosas guardadas aparece un testimonio gráfico, una foto, un artículo guardado que mas parece escondido a propósito. Solo cuando alguien de las nuevas generaciones lo descubre, se abre ante sus ojos, la curiosidad por saber de esa ciudad que se devela en ese recuerdo que se tiene en las manos. A muchos nos ha pasado, nos sorprendemos de un Chillán diferente, de una hermosura y arquitectura evocadora. Cuando tratamos de indagar más antecedentes, los mayores sacan a relucir las experiencias de los abuelos para el sismo, como lo más significativo, son las heridas que no cierran y que hereda la segunda generación. Este fenómeno nos ha pasado a muchos, pero gracias a la tecnología y a la iniciativa de Máximo Beltrán, se ha mancomunado un grupo numeroso de chillanejos que han formado un archivo fotográfico importantísimo respaldado por notas, reseñas y testimonios de esa época pre telúrica, en este caso pre terremoto de 1939. Y es precisamente esa la gracia de este libro, con un bonito diseño del mismo autor, se muestra una hermosa galería fotográfica que transporta al que lo tenga en sus manos a ese Chillán, un Chillán que despierta curiosidad en la mayoría de sus habitantes que aman su terruño.
Sin embargo, el terremoto natural, no lo destruye todo afortu-nadamente. En nuestra ciudad aún quedan vestigios de ese otro Chillán anterior al actual, así Templos como el de Los Carmelitas, San Francisco, San Juan de Dios, y algunas construcciones particulares emblemáticas son los testimonios de un pasado que se perpetúa en el imaginario colectivo desde esa época, porque instalados en el consciente y en su inconsciente, para el habitante siempre están allí. Por otra parte aparecen las construcciones del nuevo Chillán, post terremoto de 1939, un estilo arquitectónico diferente al anterior que deja atrás al neo clasicismo, para abrirse a lo simple y lo práctico, el estilo Bauhaus. Este último imprime un sello característico al nuevo Chillán, pasando a ser un símbolo identificatorio de nuestra arquitectura haciendo de la ciudad, una ciudad única.0000000
Frente a los terremotos naturales, aparecen los otros, tal vez los más asombrosos, los atentatorios a la identidad arquitectónica actual de Chillán. Me refiero a los terremotos producidos por el ser humano, mas específicamente por algunos chillanejos diestros en el uso de la picota. Caen edificios, casas, y emblemas arquitectónicos, pareciera que el pretexto de la renovación, de la rentabilidad sin piedad alguna por la preservación de aquellas construcciones que si pueden tener un fin diferente, pudieran mas. Lógicamente el ser dueño de una de estas construcciones facultan a su propietario para hacer el uso que estime conveniente, incluso destruirlo, en el legitimo derecho de obtener lucro económico. Ello al menos podría ser justificable, pero el destruir por destruir sin ningún compromiso para la memoria colectiva, para la sociedad, para una ciudad a la que se quiere como el lugar donde se vive, es diferente. Muchas veces se actúa como un sonámbulo sin ver otras proyecciones económicas, solo las fáciles, como levantar galpones sin gracia ni aporte alguno. ¿Por que no ver en aquellas construcciones que merecen ser salvadas un fin económico que las potencie? Mayor impotencia se produce cuando empresas de grandes recursos, salvo contadas excepciones, sin contemplación alguna imponen su arquitectura corporativa tipo, sin tratar de aportar ni de reconvertir lo que está destinado a la destrucción desde una oficina arquitectónica de Santiago. Aquí es donde faltan normas claras a nivel comunal, que eviten o al menos orienten en la habilitación o diseño más acorde al alma de nuestra ciudad. A falta de recursos económicos para aquellas construcciones que no persiguen lucro como los templos religiosos, se necesita de orientación y cooperación en la gestión para obtenerlos por parte de los estamentos locales. Un mayor compromiso con los edificios que si bien son de entidades privadas, en su génesis estuvo toda la sociedad chillaneja involucrada y comprometida. Es difícil pero no imposible, no seamos nosotros los chillanejos los causantes de estos verdaderos terremotos humanos, y no permitamos tan fácilmente que el centralismo nos mande réplicas gratuitamente. Hay una responsabilidad clara de los habitantes de Chillán, de las empresas, de la sociedad toda. De nosotros depende que los terremotos humanos nos priven de nuestros símbolos identitarios tan fácilmente mientras permanecemos contemplativos. Los terremotos naturales no pueden evitarse, pero los terremotos humanos sí, dependen solo de las voluntades. Que la lectura y la visión de la rica iconografía contenida en este libro sirva para darnos cuenta de lo que Chillán fue en aquellos tiempos y nos haga reflexionar de lo que esperamos de la ciudad. Ciudad nuestra por rigor, por historia y por derecho.
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