Ramón Bastías Sandoval
Sociólogo, Licenciado en Sociología UdeC.
(ref. Libro Arquitectura de la Memoria Chillán Antiguo, 1a edición agosto 2011, Editorial Patrimonio, Chillán - Chile)
De mis recuerdos más antiguos hay uno que con especial fuerza se viene a mi mente. Siendo niños, con mi hermano, visitábamos la casa de un tío abuelo y ahí en pleno living nos recibía la foto del bisabuelo con uniforme de bombero de la Quinta Compañía de Chillán. No sabíamos de qué época era la foto, pero su tamaño grande como si fuera un espejo, me llamaba a mirar en el reflejo del vidrio que la cubría.
Esa imagen fotográfica, junto a otras que atesoraba mi abuela, fueron las primeras conexiones que tuve con el pasado de mi familia y también con los tiempos del ayer de nuestra ciudad. Y es que los antepasados se pierden en los tiempos del siglo XIX como vecinos de Chillán y sus alrededores. Mi familia como tantas estuvo marcada por el terremoto de 1939 y vistió luto por la pérdida de uno de sus más jóvenes miembros, Manuelito.
Así, con fotografías en mano, escuchaba los relatos de mis abuelos y padres que me ilustraban sobre la ciudad de ayer cuando todavía con sus edificios y casas en el suelo luchaba por volver a su gloria de tiempos pasados. Con tanta vida y muerte entremezclada con ciudad de Chillán, se fue construyendo un vínculo afectivo que nos conecta con sus calles, plazas y su gente. El Chillán anterior a 1939 había sido fotografiado por diversas personas. Especialmente interesante es una colección que se realizó en el marco de la Exposición Iberoamericana de Sevilla en 1929 que ilustra una serie de lugares y personas de Chillán y la Provincia de Ñuble, donde encontramos los aportes de un personaje hoy casi olvidado, Don Darío Brunet.
A través de las imágenes de la desaparecida Escuela Normal, el Convento Jesuita, el tristemente famoso Teatro Municipal, uno se va formando la idea de una ciudad que ya no existe, la ciudad fantasma, que se repite en los recuerdos de los mayores y que en nosotros aparece como un espectro, apenas visible por sus vestigios iconográficos, apenas imaginable por los relatos orales. Estos documentos visuales nos muestran una ciudad de provincia en una provincia rural, sin embargo muy viva y pujante. En pleno desarrollo podríamos decir, ya que en las primeras décadas del siglo XX comenzaban a notarse los progresos urbanos en sus casas y calles. Impresionan los carritos de sangre, los tranvías, las construcciones neoclásicas y los primeros edificios modernistas. Una ciudad próspera a la espera de cumplir 100 años de su traslado, el Chillán nuevo del centenario, en el lejano 1935. Poco durarían las alegrías de las fiestas, de las celebraciones, de los carros alegóricos. Los siguientes registros fotográficos serían para comunicar un drama humano, un destino trágico. La ciudad del centenario se caía a pedazos por un desastre natural, por el terremoto del 24 de enero de 1939 que dejaba casi la totalidad de las casas de la ciudad en el suelo y una parte importante de la población muerta bajo los escombros. Aquellas imágenes de dolor, de tristeza y amargura impactan a quienes las observan. No sólo por las edificaciones destruidas, sino por la muerte y el luto por doquier. Aquella noche infausta llega a nosotros hoy con los matices del gris acentuados por el sufrimiento humano que la naturaleza distribuyó con igualdad a las familias chillanejas. Quienes pregunten a sus abuelos o bisabuelos, sabrán que el costo de vidas afectó a todos los linajes de la ciudad.
Y desde la oscuridad más profunda, una nueva ciudad nace y crece dando vida a una nueva etapa de la urbe de cuatro siglos. San Bartolomé de Chillán se volvía a levantar. Y como quien quiere olvidar el dolor producido por los muros de adobes antiguos, la nueva edificación se desarrolla con materiales que borran para siempre la imagen neoclásica y afrancesada del 1900 y las antiguas casonas coloniales del siglo XIX.
Estos documentos fotográficos nos han conectado hasta hoy con aquella ciudad del centenario, gracias a la precaución de algunas familias, diversas imágenes de aquellos edificios y plazas nos han llegado al presente, ilustrándonos de ciertos espacios, dejándonos puntos ciegos en otros casos. Dichos fragmentos se van uniendo como una trama, como un tejido memorial, que Chillán atesora en las colecciones privadas y que lamentablemente no existe en una gran colección pública. Con la fotografía pasa algo muy interesante, y es que a partir de ella, la memoria personal y colectiva se afirma no sólo en los recuerdos, sino en imágenes de registro que permiten rememorar un ayer distante. Y es que a pesar de que Chillán cambia de piel como el camaleón, producto de los desastres naturales, su imagen perdura por estos documentos visuales, que cuales espejos con memorias, siguen proyectando reflejos del pasado y trayéndolos al presente para su estudio, análisis y por qué no decirlo para su disfrute visual.
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